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Capitulo IV. No hay lunes bueno.

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 No fue por sus huesos doloridos a causa de dormir sobre el pétreo suelo. Ni por las miradas inquisitivas de los vecinos más madrugadores y sus comentarios de desaprobación. Ni por la anaranjada luz del amanecer que se filtraba por el cristal de la puerta del portal. Fue el frío. Un escalofrío le arrancó de aquella otra vida que tenía en el reino de Morfeo. Se descubrió torpemente enredado  en un montón de ropa a medio quitar, tumbado sobre el suelo y con su brazo izquierdo aplastado por el cuerpo semidesnudo de su compañera jarana que aún dormía. Roncaba. Apartó delicadamente a la bella durmiente y se incorporó. Las imágenes, algunas todavía oníricas, se le amontonaban como una maraña incomprensible en su aturdida cabeza. Otro escalofrío. Trató de subirse los calzoncillos y los pantalones que permanecían a la altura de sus tobillos, pero sorprendentemente, las órdenes dadas por el cerebro sólo eran respondidas por su brazo derecho. El otro, no era más que un fardo que movía torpemente y del que había perdido toda sensibilidad. Estaba dormido por la falta de riego. Y mientras la burbujeante sensación de recuperar la sangre le llenaba el brazo de pequeños e insoportables pinchazos, un terrible sentimiento de culpa y vergüenza le agrió el gesto. Inconscientemente se llevó la mano diestra a la cara y apretó los párpados. Buscaba no estar allí, despertar otra vez y encontrarse en su cama o en cualquier otro lugar donde despierta la gente normal.

 Entre sus dedos se colaban diapositivas de ella. Los enfermizos rayos del sol madrugador chocaban contra su cuerpo tiñendo sus pechos de un naranja pálido y levantando sombras desde sus caderas desnudas. Tenía sus braguitas junto con su pantalón, liados en una de sus piernas, la izquierda, a la altura también del tobillo y truncados por la bota que todavía calzaba. El resto del cuerpo se mostraba desnudo a excepción del pie derecho, cubierto por un calcetín, y su brazo izquierdo, envuelto con su arrugada blusa. Sacó la chaqueta de debajo de su cabeza y, extendiéndola, tapó su cuerpo de cintura para arriba antes de despertarla.

No era la primera vez que se despertaba en un lugar extraño, impropio, incómodo, sucio... Sucio, así era como se sentía cada vez que le pasaba algo parecido, avergonzado y sucio. Con los años le costaba más despreocuparse de sus actos, el sentimiento de culpabilidad se asentaba en su conciencia y este le producía el más amargo regusto. Recordó aquella noche en la que, tras filtrar varios litros de combinados espirituosos y consumir más sustancias prohibidas de las recomendables, un retortijón le sorprendió encima de un altavoz (de una de las salas a las que posteriormente no pudo volver) rivalizando con una "gogó" y siendo aclamado por una muchedumbre cruel ávida de morbo y espectáculos grotescos.

 Saltó de su plataforma y cayó sobre aquella infame turba que, sujetándole en vilo, le impidió pisar el suelo y le volvió a dejar en el lugar de origen entre gritos y silbidos. No estaban dispuestos a permitir que el gratuito número de humillación humana acabara sin que la dignidad del que lo ejecutaba quedase a la altura de sus tobillos junto con su ropa interior.

 Las tripas se retorcían con una rabia iracunda y el inminente desenlace prometía ser sonado. Volvió a saltar pero esta vez brincando entre las cabezas de aquel ganado que pronto le abrió paso entre airadas muestras de inconformidad; no faltó quien aprovechara el chance para sacudirle un manotazo, golpe o patada. En otras circunstancias él  tampoco hubiera perdido la oportunidad de manosear o pellizcar  algún seno, trasero o entrepierna femenina, pero en aquella ocasión lo importante era conseguir, a máxima velocidad, entrar en un cuarto de baño. Con el esfínter contraído y un dolor intestinal inenarrable sorteó lo mejor que pudo, y su estado le permitía, los incontables clientes de la barra que se amontonaban en espera de que la maciza de turno les sirviera su cóctel. Entre empujones, copas derramadas (algunas sobre él) y más voces desairadas consiguió llegar hasta la interminable cola de los aseos, la cual, como era de esperar, no respetó. Se introdujo en el servicio de señoras, abrió la primera cabina que encontró, desalojó a un par de damas que se empolvaban la nariz con un billete enroscado, cerró fuertemente y se bajó los pantalones. Se sentó y empujó con su pierna la puerta para contener las embestidas de las dos furibundas damas a las que había invitado a salir no muy cortésmente. Por fin relajó el esfínter y toda explicación del placer que sintió en ese momento está fuera del entendimiento mortal. La sensación llegó a tal grado de exquisitez que solo podía ser comparable con el grado de ordinariez del ruido y olor que emanaban de aquella cabina. Pronto se hizo el silencio y una mueca de complacencia se dibujó en su rostro. Sintió una descarga total, como si todo su mal se hubiera marchado, y el rápido alivio le condujo a un estado de distensión total. Con los codos en las rodillas y la cabeza entre sus manos no tardó mucho en encontrarse con ella. Ella...

Acarició su piel, olió su aroma, oyó su risa, saboreó su cuerpo y buscó, entre su pelo enredado, su cara. Pero no la encontró. La había buscado en cada rincón de su universo, al doblar todas las esquinas, en el fondo de todos los vasos y botellas que apuraba, en todas y cada una de las mujeres con las que había estado; pero ella nunca aparecía.

Metió las manos por debajo de su salvaje melena acariciando sus pechos y llegando a la barbilla, se dispuso a abrir sus cabellos como si de unas cortinas se tratase y una explosión sorda le trajo de nuevo al mundo de los conscientes. Otra detonación. Voces. Un olor pestilente que salía de debajo suyo. Unos segundos de desconcierto. Y por fin la luz. Cegadora. Fría.

 Se descubrió sentado en la taza de aquella cabina. Se había dormido y desde fuera reclamaban que saliera a la vez que golpeaban la puerta. Instintivamente se puso de pie, pero aquella vez fueron las piernas las que no le respondieron. Ignoraba el tiempo que estuvo durmiendo, pero fue el suficiente como para que la falta de riego dejase, momentáneamente, sus extremidades inferiores muertas. El último golpazo abrió violentamente la puerta, y en ese mismo instante, él cayo de bruces sobre la inmundicia viscosa que cubría el pavimento. Efectivamente el show terminó como su público demandaba, con su ropa interior en los tobillos, pero la dignidad rebozada de porquería.

Volvió a taparse el rostro, en esta ocasión con las dos manos, cuando recordó todo lo que vino después. Otra vez quería huir, borrar esas evocaciones que le atormentaban, esconderse de sí mismo.

Así es como una de las más jóvenes promesas del cuerpo de la policía nacional había arruinado su promisoria carrera. El  nuevo y mozo inspector no digirió bien el éxito y pronto, la celebración por los logros conseguidos se convirtió en una eterna y ruinosa costumbre. Su falta absoluta de madurez y su búsqueda enfermiza de la felicidad en el puro placer, le habían conducido a una vida deteriorada y vacua, alejada de lo que habían sido sus anhelos pretéritos. Condenado a subsistir malempleando su talento en perseguir defraudadores de empresas de seguros, indagar en las vidas privadas de hombres y mujeres víctimas de los celos de sus parejas, a tender trampas a maridos ricos con mujeres ambiciosas...

Reaccionó. Y con el canto de su mano, ya recuperada, golpeó ligeramente el muslo de Roky.

--"Psshs". Despierta-- dijo casi susurrando. -- ¡Despierta! -- alzó la voz ligeramente mientras agitaba el hombro de su compañera. Esta ignoró su llamada.

Se abrochó la camisa y los pantalones. Se arrodilló a su lado airándole a la cara y dijo: -- Vamos, preciosa. Vámonos antes de que alguien nos vea --. Ella abrió sus ojos de par en par, como accionados por un resorte, y en su cara se dibujó un gesto de extrañeza. Los volvió a cerrar, se los frotó con los puños y al reabrirlos miró a Claudio ceñuda. Una rápida y contundente bofetada se estrelló en la mejilla de éste.

-- ¡Lo has vuelto a hacer! -- dijo. --  ¿Por qué has dejado que me quedara dormida?... ¡Que vergüenza, por Dios! --. Estaba claro que Roky no podía presumir de tener un buen despertar.

-- Venga, anda, date prisa -- le contestó el detective. -- También podría decirte yo lo mismo.

En ese momento la puerta de uno de los dos pisos bajos se abrió todo lo que la cadenilla de seguridad  daba de sí. Una sombra con voz de mujer madura rompió el relativo silencio.

-- ¡Les parecerá bonito!... ¡Que escándalo, que vergüenza! Ya he llamado a la policía. ¡Sinvergüenzas!, váyanse a su casa a hacer guarradas, que esto no es una casa de citas, ¡Guarros!

-- Ya nos vamos señora, pero no grite. No es necesario despertar a toda la vecindad -- le indicó el avergonzado detective con un tono amable y suplicante.

-- En este portal vive gente de orden. Aquí se madruga, ¡desahogado!, que eso es lo que es usted, ¡un desahogado! Y tú, fresca, tápate las vergüenzas, que esto es una casa de gente honrada...-- fue la respuesta de la iracunda vecina.

A Roky no pareció afectarle demasiado. Sin prisa pero sin pausa se vistió y recogió todo lo que quedaba esparcido por el suelo, con la ayuda de Claudio, que con diligencia se apresuro a acercarle las prendas. Caminó cojeando. De su mano pendía  la bota que le faltaba por ponerse. Se detuvo justo enfrente de la puerta de la mujer que les censuraba y se agachó para calzarse. El tono de la mujer se aceleraba viendo la indiferencia que producían sus reprimendas en la conducta de la joven, y el modo desafiante con que ésta miraba. Cuando hubo terminado de abrocharse la bota, la pierna de Roky restalló como un látigo sobre la puerta, arrancando la cadena de seguridad y desplazando violentamente a la sorprendida vecina que no vio la que se le venía encima. Cogió a la susodicha por las solapas de su bata con una mano, mientras con la otra hacía el gesto de recomponerle los rulos que se habían desprendido por el impacto, y le dijo, mientras la zarandeaba, con un tono lineal, casi apático:

-- Mire usted, buena mujer. A mi no me llama fresca ni la madre que me parió. ¿Ha comprendido? -- y la mujer enrulada asintió --. Lo que ha pasado esta noche en su portal no ha estado bien, no, ni siquiera cerca de regular. Por eso le pido disculpas. Pero de ahí, a que me grite y me insulte recién despertada, va un largo trecho. Así que sepa, que  la próxima vez que suceda, o nos trae unos cafés, o se queda en la camita sin meterse donde no la llaman. ¿Le queda claro?--. Y tras este aviso la soltó y recompuso la bata estirando las arrugas producidas por el forcejeo y abrochándola bien con el cinturón.

 Claudio no sabía donde mirar, y lo único que hacía era encogerse de hombros y sonreír, como quitándole importancia al asunto, cuando la pobre mujer le miraba. Ésta quedó enmudecida y sólo atinaba a asentir con la cabeza y mirar de soslayo al interior de la casa buscando la presencia de su marido. Cuando la pareja de depravados abandonó el portal un chillido histérico bramó:

-- ¡HILARIO, HILARIO! ¡ME HA AGREDIDO LA FULANA QUE HA DORMIDO EN EL PORTAL!

-- ¡Eso para que escarmientes, enredadora, cotilla... te está bien "empleao"!

-- ¡Ay que disgusto, "Virgensanta", que me he "meao" del susto...!

Una vez en la calle la claridad de aquella nítida mañana  les cegó a ambos. Buscaron sus gafas de sol, él en el bolsillo de la chaqueta y ella en su bolso, y se las pusieron. Se miraron durante un segundo. Miraron al cielo. Otearon el horizonte. Volvieron a mirar al cielo. Permanecieron callados un buen rato hasta que por fin el insigne detective rompió el silencio.  

-- Has estado muy educada. -- No recibió respuesta. -- Parece que va a hacer buen día...

-- No... -- interrumpió ella.

-- ¿No has estado educada o no crees que vaya a hacer un buen...?

-- No, no es eso...esto... Te decía que no me parece bien esto, que esto no se va a repetir... que no.

Seguían evitando cruzar sus miradas. Con aspecto de trasnochados, mal vestidos y con la ropa completamente arrugada continuaban parados el uno al lado del otro como una pareja cómica de una mala película. Interpretaban torpemente el papel que decenas de amaneceres les había tocado interpretar.

-- Prométeme que no va a volver a pasar-- dijo ella mirando al suelo.

-- Prométetelo tú -- soltó él mirando al cielo.

Sólo el ajetreo de la ciudad que despierta quebraba el silencio durante todo aquel intenso momento, hasta que él sentenció:

-- Sabías que iba a pasar y no hiciste nada por evitarlo, es más, lo deseabas.

-- No digas tonterías, por favor. Además, el que lo deseabas eras tú. Te pasaste toda la noche lanzándome miradas... e indirectas... 

-- Ya... ¿a qué hora saliste de tu casa?

-- A las nueve ¿por...?

-- No, por nada... Perdóname, pero ¿por qué cogiste las gafas de sol si no fue por que pensabas que el amanecer te sorprendería fuera de tu casa?

-- ¿Eh?... ¿Y tú? No me digas que tú siempre las llevas cuando sales de noche...

-- No, fui previsor, como lo fuiste tú. Y si, yo lo deseaba. Lo sabes y te aprovechas de ello...  Pero en fin, cambiemos de tema. Deja todo lo del carnicero y búscame, cuando hayas dormido y descansado en condiciones, más información sobre la empresa esa... la que te dije ayer...

-- Royal green.

-- Esa. Vamos a volcarnos en la desaparición del tipo ese. Ya llamo yo a Ataulfo y le explico.

-- Bueno, preciosa, nos vemos-- y al decir esto dio media vuelta y enfiló calle abajo con apariencia ufana. Caminados apenas cuatro pasos se volvió.

 -- Si, lo deseaba ¿te has enterado? Lo deseaba, ¡porque te deseo y siempre te desearé! -- gritó --. ¿Le queda claro, señorita?

Una ligera sonrisa de complicidad se dibujó en la cara de Roky mientras negaba con la cabeza y decía: -- Estás loco, tío, ¡cómo una puta cabra!

El aire de la mañana despejó los fantasmas que a ambos les había invocado el perturbador despertar.

"Parece que va a hacer un buen día, sí", se repitió para sí el investigador. Aspiró una gran bocanada de frescor matutino y enfiló calle abajo con su bolsa de la farmacia bajo el brazo y las manos en los bolsillos.

Encontrar una persona desaparecida podía no ser tan rentable como encontrarle, o inventarle, una amante a un adinerado carnicero, pero sin duda suponía para Claudio un gran reto. Un trabajo digno. Si la cosa llegaba a mayores, podría incluso salir en televisión; o bueno, ocupar un titular en un periódico de tirada nacional. "Últimamente la televisión no es más que una gran casa de putas llena de enanos mentales donde cualquier gilipollas se hace famoso por su ignorancia, y donde las noticias se construyen al gusto de la audiencia". Pensó mientras recordaba como ésta trató el asunto de los "vampiros en vinagre".

Y mientras caminaba decidido, perdido en sus elucubraciones, comenzó a repasar punto por punto la entrevista con Dionisia, la novia del joven desaparecido.

-- Esta bien, no tiene relación con los padres de él, o si la tiene no es muy buena, o no me lo quiere contar porque cree que no me importa.

-- Oye, yo... Mira...

-- No, no continúe, está bien así. Deme, eso sí, el teléfono de su familia. Tengo que ponerme en contacto con ellos para averiguar, si es que decido hacerme cargo del caso, qué es lo que saben ellos, cuáles son las últimas noticias y... bueno... mis cosas, ya sabe... -- le intentó interrumpir ella pero no llegó casi a pronunciar una sílaba cuando él continuó--  No, no se preocupe. No diré que usted ha estado aquí, no la mencionaré para nada.

-- Gracias. -- Contestó ella bajando la mirada.

-- Dígame, le dijo cuál era el tema a tratar en la reunión del jueves con la empresa esa...

-- Royal Green. ¡Y de tú, por favor!

-- ¿Green es  verde, no? ¿Verde en inglés?

-- Ah, no sé, dímelo tú.

--Perdón. A lo que íbamos...

-- Sí, a las doce había quedado con esos tipos para tratar el asunto de la compra de unos terrenos que Silvestre tiene y que ellos quieren, o querían. Llevan ya mucho tiempo detrás de ese tesoro, las tierras, y habían quedado para hacerle una oferta, que según ellos, no podría rechazar.

-- ¿A qué se dedica esta gente?

-- No lo sé, ¿eso importa?

-- Podría ser la clave de todo este lío...

-- ¿Sí?-- preguntó ella arqueando las cejas con escepticismo.

-- No lo sé, no sé nada, pero cuantos más datos tengamos mejor ¿no crees? Habría que saber que interés tienen en esas tierras. Podrían haber retenido a Silvestre para chantajearle, o vete tú  a saber...

-- ¿Tú crees?-- Y fingiendo sorpresa clavó sus grandes ojos en el inspector y sostuvo la mirada hasta que éste apartó la suya. Ella continuó narrando parte de lo sucedido. -- A las dos menos cuarto Silvestre me llamó. Habíamos quedado para comer, iba a venir a buscarme, pero me dijo que se iba a comer con ellos, con los de la empresa.

-- ¿Esa fue la última vez que hablaste con él?

-- Efectivamente y no.

No entendió el detective la última afirmación y con la expresión de sus ojos hizo un claro llamamiento a que le diese una explicación.

-- Digo esto porque esa fue la última que, efectivamente,  hablé con él, pero no la última vez que le oí. A las ocho de la tarde, más o menos, mosqueada por no saber nada de él, le llamé. Debía tener problemas de cobertura porque no lo cogió hasta la tercera vez que lo hice y apenas pude entenderle. Se oía un terrible ruido y su voz parecía distorsionada, no sé, distinta; me asusté porque lo único que pude comprender es algo  parecido a "ay Dios". Bueno, antes de eso me contestó llamándome cariño. Me extrañó porque él nunca me llama así, me suele llamar por el diminutivo: "cari".

-- ¿Dónde tuvo lugar la reunión? ¿Te comentó algo al respecto?

-- Creo que fue en unas oficinas, por la Plaza de Colón me pareció oírle, pero no presté atención.

-- ¡Vaya! -- gruñó Claudio decepcionado.

-- Pero del que si me acuerdo es del restaurante en el que comió, o por lo menos donde me dijo que iba a comer.

-- Y es...

-- "Comido por servido" ¿Te suena?

-- "Comidoporsevido, comidoporservido"... no, no me suena de nada.

-- Pues es uno de los restaurantes más de moda y elitista de todo Madrid.

-- Pues por eso no me suena... -- dijo el detective con resignación.

--Tuvieron que invitarle. Silvestre jamás hubiera ido a un sitio como ese por propia iniciativa.

-- Tal vez pudieron llegar a ese acuerdo tan ventajoso para él, y viéndose con dinero, decidiera tirar la casa por la ventana.

-- Pero si Silvestre está "forrao". Ese no es el problema. El problema es que hay que darle en el codo para que abra el puño...

-- No comprendo.

-- ¡Pues que detective más simple! Vamos, que es cofrade de la virgen del puño, ¿me entiendes?

-- ¿De izquierdas?

-- ¡Coño, que es más "agarrao" que un chotis!

-- Comprendo. -- El detective sonrió al fin tras haber llevado a su interlocutora  a  dejar los eufemismos y hacer que dijera la palabra en cuestión. Ella se contrarió al ver que al fin el detective había conseguido coger las riendas de la conversación y decidió finalizarla.

--Bueno y eso es todo lo que le puedo decir. Aquí tienes toda la información y mi número. Oye, si no les vas a decir a sus padres que yo te he contratado, ¿qué les vas decir?

--No te preocupes por eso, es asunto mío.­--Recogió el sobre que permanecía sobre la mesa y echó un vistazo sobre la foto de Silvestre. Seguidamente contempló a su interlocutora. Rápida pero exhaustiva su mirada contempló el conjunto y volvió a resultarle demasiado atractivo para el fulano de la fotografía.  Ahora sabía que era rico, pero aún así...-- ¿Estás realmente preocupada por la integridad de Silvestre, o hay algo más que me quieras contar?

Fulminó con la mirada al detective y permaneció callada esperando una excusa de éste, pero tras comprobar lo inútil de su gesto, inspiró profundamente, sacó un cigarrillo del paquete que guardaba en su bolso y tras encenderle soltó una gran bocanada de humo que rápidamente nubló el ambiente. Su cara reflejaba resignación y mientras sus dedos jugueteaban con el mechero sobre la mesa y sus ojos se perdían en un punto indeterminado del suelo, con una voz de casi abatimiento, comenzó a recitar el estribillo de lo que parecía una canción triste que estaba harta de cantar.

  -- Si, aunque no sea muy agraciado, aunque sea un avaro controlador, celoso y machista y no me respete lo suficiente como para presentarme a su familia como su novia, le quiero. Aunque estando soltero me trate como a una amante a la que tiene que esconder, yo le quiero. Y sí, estoy preocupada. Como ya te he dicho no es normal que pase tanto tiempo sin saber de él, además, su familia ya ha puesto al corriente de su desaparición a las autoridades de Villa Rancia. La policía ya estará actuando, pero yo no me fío de lo diligentes que puedan llegar a ser, por eso he optado por contratar un detective privado, porque imagino que será más rápido. Pero si tú no quieres el caso....

      Seguía dándole vueltas en su cabeza y no conseguía averiguar dónde estaba el fallo. Aunque las últimas palabras de Dionisia habían parecido sinceras había algo que no le cuadraba en todo esto. Su verborrea inicial, que la confería ese toque cateto y barriobajero, distaba mucho del control que tenía sobre la conversación y la cuidada psicología de sus gestos. Sin duda era ella lo más atractivo e inquietante de este caso. 

Por el horizonte, unas oscuras nubes se acercaban a la ciudad. Las aceras de Madrid se convertían en un hervidero de transeúntes y los efectos de una terrible resaca amargaban el gesto de nuestro detective que se perdía entre la multitud.

 

 

                               

 

                  

BRAGAS SUCIAS. Capítulo III. "La ira". 2ª parte.

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Todo es mentira, tiene que ser mentira. Una cruel broma macabra.

Clavo mis rodillas en la tierra. Toco su cara, su pelo... Intento incorporarla cogiéndola por las axilas. Se derrama como arena entre mis dedos. Mis dedos, rojos de sangre. Sangre.

 Se desvanece su cara, se nubla, se difumina por las lágrimas. Lloro, lloro de rabia, de ira.

Levanto su cabeza, la coloco en mi regazo y aparto su pelo con mis dedos. Dedos ensangrentados. Mancho su cara. Su preciosa cara. Duerme, me digo, esta durmiendo.

No grito. No digo nada, sólo miro al frente y veo ese rostro. No oigo, no atiendo a lo que me rodea porque ha desaparecido, sólo veo ese rostro, esa rubicunda cara, su repelente gesto. Vuelvo a mirar abajo, entre mis piernas descansa su cabeza inerte y su preciosa faz manchada de rojo.

¿Por qué? ¿Por qué ella? Toco su delicado cuello, no sé lo que hago ni por qué, pero tras mancharlo también cierro los ojos, aprieto los dientes, la deposito con cuidado en el suelo y aparto sus rizos de mis piernas. La beso. Algunas lágrimas caen y disuelven las manchas de sangre de una de sus mejillas. Miro al frente. La ira otra vez. Esa ira incontenible que me hace saltar como un resorte, que me hace desobedecer cualquier mandamiento. Blasfemo una y otra vez mientras corro. Alimento mi ira. Con la mirada clavada en sus ojos, también alimento mi ira. Me mira horrorizada. No oigo lo que dice, me da igual. Se cubre, de nada le vale. Mi puño impacta sobre su cara. Pero antes de que caiga una de mis piernas golpea su estómago. Cae de bruces. La giro, me siento a horcajadas sobre ella y golpeo su rostro una y otra vez. Convierto su cara en una masa sanguinolenta. No me importa mi ventaja ni mi superioridad, me da igual que sea una mujer. No soy yo, es la ira.

Noto en mi nuca calor. Una punzada de dolor recorre mi cuerpo. Siento el calor abrasador del cañón que acaba de disparar. Oprime mi nuca con los dos cañones y dice: "Apártate de ella". No hago caso. Levanto mi puño ensangrentado para asestar un último y demoledor golpe. Oigo como el dedo desplaza el gatillo  hacia atrás. Cierro los ojos.

Bragas sucias. Capitulo II. Sol de Domingo. Entero y corregido

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Capitulo II. Sol de Domingo.

 

Entre las brumas del amanecer y la confusión de una ciudad que nunca duerme, su contoneo al andar y su rítmico taconeo marcaban el tempo de una triste canción de desencanto.

La taberna de "Pepe", y el propio Pepe, no eran más que vestigios de un Madrid que agonizaba entre el dulce  hedor de los centros comerciales, las franquicias y las grandes cadenas de bares. Quedaban ya pocas casas bajas en el barrio de Aluche y Campamento. Casas encaladas con tejados de chapa o Uralita, casas entre grandes colmenas de viviendas que, en su tiempo, fueron el hogar de militares y empleados de televisión.

Sobre la taberna de Pepe, una gran valla publicitaria que nadie renueva desde hace más de veinte años y que conserva retazos de un descolorido anuncio de "Galerías Preciados", bajo ese viejo y oxidado cartel una pequeña casa baja, la única con las paredes recién encaladas  y la única con vida, la vieja taberna del viejo Pepe...

Si hay en España un nombre para un bar que se repita en cada pueblo y cada ciudad ese es "Casa Pepe", nombre capaz de describir al más postinero y lujoso restaurante y a la más inmunda taberna de barrio, como era el caso de la vieja taberna del viejo Pepe.

Balanceaba su cuerpo por la acera, con ese encanto de las mujeres que llevan más de veinticuatro horas sobre unos tacones y cada paso les supone una sobrehumana tortura.

Los amarillentos ojos del viejo Pepe se alegraban, como cada domingo, cuando el frágil y desgarbado cuerpo de "Castita" pasaba bajo el obsoleto cartel de "Mirinda" que anunciaba su tugurio. Su macilenta y grisácea faz se transformaba con una extraña mueca de conformidad mientras se anudaba su mandil a rayas, abandonaba la luz de la entrada y desaparecía en la penumbra, expulsando el humo del cigarrillo que mantenía entre los dientes, oyendo alejarse los tacones acera arriba.

"La Preferida" es el nombre de ese otro vestigio del pasado que es la churrería de Epifanio. Un puesto sobre ruedas que lleva la tira de años varado sobre la acera de esa misma calle y que despierta todas las madrugadas con su  característico olor a aceite y chocolate. Y es hasta "La Preferida" donde los imposibles tacones, que rompen el silencio del amanecer, conducen el agotado cuerpecillo de Casta Inmaculada.

-- Buenos días "Castita". ¿Qué? ¿Cómo se ha dado la noche? -- Preguntó Epifanio.

-- ¡De puta madre! Mira. -- Dijo ella enseñando un fajo de billetes que guardaba en su pequeño bolso.

-- ¡Ostras! Muchacha, sí que se te ha dado bien... así tendrás tú el... -- Y rió con picardía el churrero. -- Vamos que ganas tendrás de seguir mojando el churro...-- y continuó siendo él mismo el único que se reía de sus chistes mientras servía un vaso de chocolate y cortaba dos porras de la rosca recién sacada de la sartén.

 

 

-- ¡Calla gilipollas! Qué sabrás tú... --. Y mirando con gula y lujuria esa enorme masa frita con forma fálica mojada en chocolate exclamó: -- ¡Um, estoy hambrienta!

-- Sabía que se te iba a dar de lujo -- dijo el churrero mientras la frágil Castita engullía como un pavo la porra y el chocolate le chorreaba por las comisuras de los labios hasta la barbilla --, leí que el "Opus Dei" celebraba unas jornadas de encuentro aquí en Madrid. Un montón de reprimidos de toda España sueltos por la ciudad de la perdición... ¡Jodó! , estaría la casa de campo más transitada que La puerta del sol, ¿No?

Algo dijo Casta Inmaculada en ese momento pero era completamente ininteligible, solo se pudo ver salir despedidos algunos tropezones de su boca y el movimiento negativo de su cabeza. Cuando tragó por fin, dio explicaciones a su interlocutor.

-- Que va hombre, si no me he pasado por la "casa campo" desde el jueves. Y no digas esas cosas "jodío" rojo ateo, que te va a castigar Dios.

-- Entonces, ¿Cómo te has hecho con tanto dinero? ¿Has estado con algún millonario desquiciado todo el fin de semana o...? ¡Coño!...¿No habrás vuelto al rollo de las drogas... no?  A ti sí te va castigar tu Dios como vuelvas a esos andurriales.

-- Que no imbécil. Te lo juro por él. No he vuelto, que llevo limpia casi tres años. Tú lo sabes. Me lo han dado por hacer un trabajito... aunque llevas razón, ¿sabes? Me va a castigar. Creo que lo que he hecho no está ni medio regular.

Movía sus piernas intentando desplazar el peso de su cuerpo lo más rápidamente de una a otra para tratar de evitar el dolor y el cansancio.

-- Cariño, pareces cansada. ¿Por qué no te sientas?

-- Porque llevo una falda demasiado corta.

-- Pero ¿Cuándo ha sido eso para ti un obstáculo?

-- Ya, pero es que hoy no llevo Bragas.

 

                                            ***************

 

La luz que entraba por las rendijas era sin duda luz solar, suficiente para cegar los vidriosos ojos de Silvestre pero escasa para permitir ver con claridad donde se encontraba. Palpó recorriendo las paredes y los objetos de aquel cuarto de no más de tres metros cuadrados. Las paredes espesas de grasa y mugre eran irregulares, azulejos, cemento, metal... desnudas, sucias. Frente a la ventana, un camastro donde agonizaba el cuerpo de aquel tipo y por el suelo los trozos de la silla que acababa de destrozar y paja o algo similar. Siguió palpando y en la cama, bajo el destrozado yacente, sacos a modo de sabanas y con éstos una chaqueta. Era su chaqueta. No logró encontrar el resto de su ropa, pero de momento cubrió su desnudo cuerpo con la chaqueta. Olía nauseabundamente y sus pies descalzos advirtieron restos de heces y humedades pestilentes entre la paja del suelo. Se lanzó hacia la ventana para intentar desclavar las maderas que la tenían sellada pero su cuerpo no respondía, sus fuerzas estaban mermadas por el cansancio y el malestar, su corazón daba la sensación de no poder bombear una sangre densa y ácida que quemaba su cuerpo, y sus sesos parecían licuarse entre una explosión en cadena de punzadas de dolor. Estalló. No pudo más. Cogió el respaldo de la silla que estaba por el suelo y comenzó a golpear el ya mal herido cuerpo de aquel hombre que agonizaba hasta que dejó de oír sus quejidos y su ronca respiración. Se tapó los oídos con las manos y comenzó a gritar. Se arrodilló sobre el infecto suelo y siguió gritando. Gritó hasta que no pudo más y cuando cayó exhausto, vomitó. Cuando consiguió levantarse volvió a vomitar y terminó cayéndose otra vez de bruces sobre su vómito y el resto de inmundicias.

En aquel lugar que parecía más una jaula de animales se hizo el silencio. De forma instintiva Silvestre Cejudo, que permanecía boca abajo, metió una mano en el bolsillo de su chaqueta, luego se incorporó, sacó la mano del bolsillo y acercó su contenido a uno de los rayos de luz mientras con la otra se arrascaba su dolorido trasero. Su cabeza empezaba a procesar lentamente lo ocurrido y un destello de recuerdo quiso asomarse cuando vio aquello. No sabía por qué pero aquellas bragas eran la respuesta y los recuerdos volverían poco a poco a su mente

                                

                                                              *********************

 

 

 

 

Todavía llevaba puesta la chaqueta y hacía horas que permanecía sentado en la butaca de su despacho con la mirada perdida en el vacío azul tras el cristal de su ventana. Como de costumbre, el sol teñía con su sangre anaranjada ese vacío mientras agonizaba antes tras los sempiternos edificios de enfrente. Fue entonces cuando, sin perder el gesto y de forma automática, se levantó, y como hipnotizado,  cerró la persiana, encendió la luz de su mesa y se quitó por fin la chaqueta. Regresó al mundo de los conscientes e hizo una mirada de desaprobación a las arrugas de la prenda que intentó hacer desaparecer con unas fuertes sacudidas, como si el concienzudo fruto de horas mal sentado sobre su butaca fuera a desvanecerse con unos simples aunque enérgicos golpes propinados con dorso de su mano. Con cuidado puso la chaqueta en una percha y colgó ésta en una lámina de la persiana sin dejar de sacudirle los últimos aunque infructuosos golpes. Después se rascó la coronilla, se dirigió a un espejo que había sobre el mueble bar y mirándose el cuero cabelludo, que empezaba a clarearse en algunas zonas de su cabeza dijo: "No me ha dicho toda la verdad. Hay algo que no me ha contado"

Había escuchado todo lo que la joven Dionisia le había contado  respecto a la desaparición de su novio. No tomó ninguna nota. Él nunca tomaba notas. Tenía una memoria fotográfica.

El miércoles cenaron juntos en la casita que él tiene en Villa Rancia de las Apariencias. Se quedó a dormir, pero él, como cada noche que ella duerme allí, antes de la una de la madrugada se despidió y se fue. Es hijo único y vive con sus padres, y a éstos no les agrada  demasiado que mantenga relaciones prematrimoniales.

Repasaba una y otra vez cómo su interlocutora había eludido responder las preguntas referentes a las relaciones que ella mantenía con la familia de Silvestre, en fin, con sus padres. Cada vez que intentaba llegar a ese punto, ella corregía su forma de hablar o hacía comentarios impertinentes sobre su forma de vestir o aspecto físico.

-- ¿Qué opinión tienen sus futuros suegros de usted?-- Preguntó Claudio Briznas.

-- No sé dónde le va a conducir el saber eso. Oiga... ¿No es usted un poco mayorcito para peinarse así? Se lo digo porque, aunque a mi no me importe su edad, el pelo largo le afea y le da un aire de..."despreocupado"-- pronunciaron los labios de Dionisia mientras su gesto era de querer haber dicho guarro--. Es más, cuando el pelo se empieza a caer y comienza a verse el "cartón", llevarlo largo queda ridículo. Se lo digo yo que de esto entiendo un rato, que soy estilista. Porque usted no es feo, ¿eh? Pero  nada feo, pero ese pelo...

Continuaba mirándose al espejo tratando de colocar su cabello  de forma que no clarease el cuero cabelludo. Parecía tonta pero Dionisia había demostrado una asombrosa habilidad para reconducir la conversación hacia donde ella quería, sondeando los puntos débiles de su interlocutor. Bombardeó con sutiles, y no tan sutiles, dardos envenenados su ego, hasta que fue tocado, evitando así cualquier referencia a los padres de Silvestre.

-- ¿Desde que no tiene noticias de él se ha puesto en contacto con....

-- Por favor, tutéeme, que me hace muy vieja que me digan de "usted"

-- Gracias, ¿Te has puesto en contacto con sus padres desde entonces?

-- Perdona, ¿te puedo tutear también? Porque tú no eres tan mayor pero, me vas a perdonar, de verdad te lo digo con el corazón, ese pelo... mira, en la peluquería donde trabajo hay un producto que reduce la caída un setenta y cinco por ciento. Te tienes que pasar, que yo a ti te hago un corte mucho más acorde con tu edad, que además, y ahí está la gracia, te va a rejuvenecer; y miramos lo de las ampollas que no son nada caras y sí muy buenas.

Tocado y hundido.

 Se sirvió un sorbito de whisky  sobre un vaso donde unos hielos agonizaban en su propio agua y tras engullirlo de un trago gritó: "Me voy a la farmacia, ¿necesitas algo?

Desde detrás de una puerta del despacho se oyó la voz de un hombre mayor.

 

-- No. ¿Te pasa algo?

-- ¿Qué me va a pasar? Pues que la mayoría de los padres les dejan a sus hijos una casa, unos ahorros, un coche... ¡yo que sé! Pero tú tenías que dejarme esta herencia...

-- ¿De qué estás hablando? -- Dijo la voz que se aproximaba mientras hablaba-- ¿Qué herencia es esa que te he dejado?

Si el detective privado Claudio Briznas tenía por costumbre no recibir a sus clientes en su despacho, no era por que estuviera sucio o desordenado, no, al contrario, el despacho solía estar impoluto y bastante organizado. El problema era que su despacho era su vivienda y ésta la compartía con un septuagenario padre, que aunque bastante lúcido, había decidido, años atrás, en un viaje del "inserso" a Ibiza, practicar el naturismo; y se paseaba por la casa con el ya arrugado traje que Dios le dio.  

 

-- ¡Padre! ¡Por Dios!  Haz el favor de cubrir tus vergüenzas ¿Qué pasa con el pareo que te compré?

-- Eso es una mariconada hijo. Pero dime ¿de qué herencia me hablas?

-- De ésta -- contestó Claudio señalándose la coronilla.

-- No digas tonterías, si eso lo hubieras heredado de mí, ya hace más de veinte años que estarías calvo. A tu edad yo ya estaba como ahora, como una bola de billar, lo que pasa es que lo he sabido disimular siempre muy bien...

-- Claro que sí," Anasagasti". De todas formas me voy a la farmacia a por algún placebo que me consuele... adiós. -- Descolgó la arrugada chaqueta y se encaminó a la puerta.

-- Hasta luego... bueno, ya que vas, tráeme Juanolas.

El portazo no fue muy sonoro pero sí más enérgico de lo habitual. La repentina obsesión por la alopecia no era  más que una excusa para esconder el malestar por no llegar a entender por qué  la información que Dionisia le había dado  estaba llena de imprecisiones y era incompleta. Ella sabía algo que no quería decir pero... ¿Por qué?

 

Habían pasado al menos un par de horas cuando sobre una de las mesas del "Flor del sur" nuestro detective había desparramado todo un recital de las mejores intenciones farmacéuticas contra la caída del pelo. Cajas abiertas, prospectos mal doblados y unos cuantos folletos informativos acompañaban a una humeante taza de té. El  Sr. Wolf era sin duda quien mejor preparaba el té moruno en todos los locales que Claudio solía frecuentar.

-- ¿Qué es todo eso, Claudio?

-- Crece-pelo.., escucha  Sr. Wolf-- contestó Briznas mientras no apartaba la mirada de las pequeñas letras de uno de los prospectos--: "... puede producir somnolencia, estados  psicóticos y alucinaciones..."si lo llego a saber  antes, me hubiera ahorrado un pastón en "flores". Además estas pastillas pueden provocar erecciones involuntarias, lo que me faltaba.

-- No tomes esa mierda, todo eso es química y porquería. Lo que está demostrado es que, contra la caída del pelo, no hay nada como unas buenas friegas con el primer orín de la mañana.

-- ¡No "jodas" Sr. Wolf!

-- Como te lo digo... ¿No me crees?

-- ¿...Qué quieres que te diga...?

-- Mira, tira. -- y le ofreció un manojo de sus rastas para que comprobara su resistencia y espesor.

-- Déjalo, te creo, te creo...--convino el detective con cierto gesto de repulsión.

--De todas formas. ¿Cuántos años tienes ya, Briznas?

-- Hombre... puedo pasar por uno de veinte y muchos...

-- ¡Va! Olvídalo.

El joven camarero rehusó a seguir con aquella conversación en la que una y otra vez su interlocutor eludiría decir su edad. Ya le había pasado anteriormente. Claudio Briznas aparentaba tener un poco más de un cuarto de siglo pero sus ojos eran los de un hombre vivido, de los que rondan los cuarenta, y por las cosas que contaba de su vida, así debía ser.

Terminó el Sr. Wolf de secar los últimos vasos que había extraído del  lavavajillas, miró su reloj de pulsera y corroboró que el de pared funcionaba perfectamente. Clavó su mirada en aquel hombrecillo que leía el periódico y que llevaba horas soplando aquel café con leche.

--Lo siento amigo, pero tenemos que cerrar.

-- Por mí no hay problema me termino el café y me marcho--. Y continuó leyendo el periódico como si con él no fuera la cosa.

En la otra mesa ocupada, la incomoda mirada de nuestro investigador buscaba refugio entre los minúsculos renglones de un prospecto, queriendo pasar desapercibida, ajena a la situación.

-- Amigo-- insistió la voz del camarero, que lanzó la palabra sobre su cliente de forma tan seca y certera que movió ligeramente las hojas del periódico. -- No quisiera ser grosero, pero no me queda mas remedio que pedirle que se marche, pues tengo que cerrar. Si lo desea se puede llevar el periódico.

-- Todavía no me he acabado el café, además, no soy el único cliente que queda-- contestó el hombrecillo con un tono ciertamente impertinente.

--El señor es amigo mío y se queda. Si no se ha tomado el  café, es su problema, porque tiempo ha tenido de sobra... y después de todo lo que le ha soplado no creo que ya queme mucho. Si quiere se lo pongo en un vaso de plástico y se lo lleva también.

Cuando terminó de decir esto el Sr. Wolf, sacó de detrás de la barra sus noventa y tantos kilos y sus ciento noventa y tres centímetros de altura y comenzó a subir sillas encima de las mesas. Al verse un tanto amenazado por la actitud del camarero que no le quitaba ojo mientras desarrollaba su labor, el hombrecillo acabó su café, se puso su chaquetilla y lanzó el periódico sobre la mesa con cierto desdén-- Su periódico" caballerete" y no espere que le deje propina. -- Dio media vuelta y enfiló hacía la puerta -- Si los señoritos quieren quedarse solos, no seré yo quien lo impida--. Mientras decía estas últimas palabras giró la cabeza para no perder de vista al Sr. Wolf que, con una sonrisa socarrona y apoyado sobre la última silla que había volteado, miraba con cierta lástima a aquel pobre personaje. Los años de experiencia tras la barra dotan al buen camarero de ciertas dotes psicológicas, y por sus ojos se podía evidenciar que el Sr. Wolf tenía su propio diagnóstico sobre el comportamiento de aquel individuo.

Cuando el hombrecillo en cuestión se volvió para mirar hacia adelante, era demasiado tarde para evitar el choque contra la puerta que se abría en ese momento. Una morenaza de pelo rizado y un metro setenta y algo de estatura, enfundada en unos estrechos tejanos y una camisola o blusa holgada con reminiscencias hippies, empujaba la puerta ajena a la falta de precaución al andar de quien pretendía salir. El choque fue la guinda de tan chistosa situación.

-- ¡Ríanse, no se corten! Ríanse de mí, es lo que todo el mundo hace, reírse del débil, del torpe, del pobre, del tonto...del bueno--. Y así, después de componerse, se dispuso a abandonar el local, no sin antes saludar a la causante de su golpe que, sorprendida, le pedía disculpas.

--Lo siento caballero,  yo... no....

Tranquila joven. Buenas noches. ¡Ah, lamento tener que informarle que el local está cerrado!          

-- Un momento caballero--. Tronó la voz del fornido camarero y lo dejó petrificado. -- Está usted invitado a lo que quiera otro día, por las molestias--. Y asintió mientras hablaba.

-- Muchas gracias, pero no necesito su compasión--.

-- No confunda compasión con compensación. Simplemente trato de compensarle por  las molestias sufridas, pero le entiendo si no quiere volver por aquí.

-- Veo que queda algo de nobleza en esta infame juventud de hoy en día. Se lo agradezco, es un gesto que le honra. Me lo pensaré. Hasta la vista--. Y, ahora sí, esta vez, se marchó definitivamente; y mientras su silueta se perdía en la oscuridad de la noche, las puertas del "Flor del sur" se cerraban al público aquel domingo.

De debajo de la caja registradora, el Sr. Wolf sacó una cajita metálica, y del interior de ésta unas flores secas. El insigne detective Briznas limpió su vieja pipa con un palillo y mientras vaciaba las cenizas sobre un cenicero dando unos golpecitos, aquella joven de pelo rizado y negro se acercó a la mesa que ocupaba él sacando una carpeta del  bolso. --Hola feo. Malas noticias.

Al poco tiempo un humo aromatizado flotaba en el aire del "Flor del sur", humo que salía de la pipa de Claudio, la cual no dejaba de pasar de mano en mano; humo resultante de la combustión de la mezcla de tabaco con aquellas flores de la cajita del Sr. Wolf.

Los tres hablaron, los tres rieron y los tres dieron muy buena cuenta de la suculenta bandeja de canapés y pequeños bocadillos que el gran rastafari blanco había preparado.

-- Tú eres el detective, así que ¿cuál es tu deducción? Yo te digo que es un pobre hombre con problemas matrimoniales. Ha tenido una bronca, se ha marchado de su casa y se ha refugiado aquí esperando que la hora de volver no llegue nunca pues teme enfrentarse a su mujer. ¿Qué te parece?--. Expuso el barman, buscando con sus ojillos enrojecidos las miradas de aprobación de sus contertulios.

-- No está mal, ¿Qué te parece a ti, Roky?-- Preguntó Claudio a su interlocutora femenina que, en esos momentos, expelía una gran bocanada de humo que inundaba el centro de la conversación.

--No sé. Yo no puedo opinar, me he perdido  el meollo del asunto, pero sí que podría llevar razón Wolf, se le veía un tanto angustiado... la verdad es que ha sido tan patético, que aunque al principio no sabía donde mirar para contener la risa, luego he sentido verdadera pena...no sé.

-- Bueno, pues ahí va mí diagnóstico: Es evidente que no es un típico hombre de barra, pues en todo el tiempo que ha estado aquí solo se ha tomado un café con leche y un donuts. Como hemos podido comprobar, tiene una cierta educación y cultura, por como ha estado de correcto en el trato y porque ha estado leyendo la prensa general en vez de el "Marca". Es de derechas, pues pudiendo elegir, ha estado asintiendo a lo que leía en el "ABC" y "La Gaceta". Es meticuloso a la hora de vestir. No es elegante, viste como un agente de seguros o  inmobiliario, lo que nos hace sospechar que trabaja en una oficina o es comercial. Su altura no le confiere ninguna seguridad en si mismo, es bajito y delgado, un pusilánime; por lo tanto no es comercial. Oficina. Cincuenta y tantos años, de los cuales lleva media vida trabajando para la misma empresa y no sabe hacer otra cosa. Una vida completamente ordenada, mujer, hijos, coche, hipoteca. Todo perfecto, dentro de su estructurada concepción de la vida. Probablemente su mujer le ha puesto los cuernos, pero eso él no lo sabe y, de momento, no viene al caso.

España entra en bancarrota y miles de pequeñas y medianas empresas tienen que cerrar o reducir personal. Contratar empleados de empresas temporales les es más rentable a algunas empresas que mantener los que ya tiene. Después de tantos años de su vida sacrificados por la empresa, ésta decide pagárselo poniéndole de patitas en la calle. Ha debido haber un cambio generacional en la jefatura de esa empresa, y está siendo despedido por los hijos de sus jefes, que no le tienen ningún respeto, o está siendo reemplazado por jóvenes "caninos" dispuestos a trabajar por dos reales. De ahí esa terrible aversión a la gente joven. Debido a su complejo de inferioridad piensa que todo el mundo se ríe de él. El trabajo era lo único que mantenía la poca autoestima que le quedaba, así como su hombría. Sin él, es incapaz de enfrentarse a su mujer de igual a igual, se hunde, su mundo se desmorona y no sabe cómo decirlo en su casa por miedo a que le pierdan el respeto sus seres  más queridos.

Ese, señores, es el drama del pobre hombrecillo del traje marrón--.

Cuando acabó de exponer su teoría, cogió su pipa, le acercó el mechero y encendió de nuevo su adormecedor combustible. Tras una ráfaga de cortas caladas expulsó  el humo sobre las complacidas caras de sus contertulios.

La joven Roky, asentía reconociendo que la capacidad de observación de Claudio era casi tan buena, como la de expresarse con gran locuacidad bajo los efectos del "T.H.C".   

-- Aprende "caballerete" --. Le dijo Roky al Sr. Wolf, dándole unos fingidos golpecitos, con la palma de la mano, a la cabeza  que asentía con complacencia  a la explicación.

-- ¡Por el amor de Dios, no toques esa cabeza!-- exclamó Claudio.  

-- ¿....Por que?--. Preguntó sorprendida y torpemente.

-- Se la unta con "meados".

-- Me doy friegas, que no es lo mismo -- puntualizó el  Sr. W.

-- ¡Joder! Lo dijo "Chusmari Alfaro" por televisión hace un porrón de años. Y mira, mira que pelazo tengo... --.

-- Lo Creo -- sostuvo la morena. -- Lo creo, no veas qué pelambrera me sale a mí por  donde meo... -- .

Se hizo un silencio repentino, las miradas de Claudio y el Sr. W. se encontraron con un sorprendido gesto y se giraron al unísono buscando la de Roky, que estaba escondida en alguna parte del suelo bajo sus pies; ligeramente avergonzada, parapetada tras sus largas y espesas pestañas.

 -- ¡Que barbaridad, Roky! Desde luego, hay que ver lo fina y sutil que has estado... --

-- ¡Caracoles querida!  Acabas de romper toda la magia. Me acabo de desenamorar de ti--. Dijo Claudio de forma flemática fingiendo un gracioso acento inglés. Sus miradas al fin se encontraron y la risa brotó de sus gargantas como arroyos constantes y cantarines.

-- Hermosa, donde no tienes pelos es en la lengua--. Logró decir el camarero entre carcajadas.

 -- ¿Quieres creer que me he excitado? Oye, que ha sido oírte decirte esa vulgaridad y se me han empezado a encoger los calzoncillos--. Dijo Claudio.

-- No, si parece que "Lord" Claudio tampoco tiene pelos en la lengua--. Contestó Roky.

-- Porque tú no quieras, preciosa.

 

Más tarde, los tres abandonaban el local. Solían hacer sus reuniones los domingos por la noche, pues el lunes era el día que el Sr. Wolf descansaba y no tenía que madrugar. Lo que había empezado por casualidad la noche en que, tras unas copas, alcanzaron el amanecer en una jovial y distendida charla, se había convertido en una costumbre, casi en un ritual.

 Por aquella época Roky y Claudio eran un poco más que amigos, se estaban curando el uno a otro de sendas rupturas traumáticas. Salían, bebían, fumaban y acababan juntos tirados en cualquier cama o en el asiento trasero de cualquiera de sus coches. Ambos lo negaban, pero la pasión que les unía era más fuerte que muchos amores. Había pasado tiempo desde aquello y Roky volvía a salir con su antiguo novio, pero eso no era obstáculo para que la mano de Claudio apretara fuertemente la cintura de la joven mientras caminaban por las calles casi desiertas a la madrugada.

-- ¿Has averiguado algo de lo que te he pedido?--. Preguntó Claudio rompiendo el silencio de la noche.

-- Apenas nada, no me ha dado tiempo. Solo lo que se ha publicado en Internet, y es poca cosa. "Royal Green" es una empresa dedicada a la construcción de campos de golf, tiene una sede aquí en Madrid, pero es una empresa con su sede central en Nueva Zelanda.

-- Ya. Bueno, por lo menos eso si es verdad...

-- ¿El qué?

-- Nada, cosas mías--. Claudio estaba pensando en la conversación sostenida con la que era una nueva cliente, Dionisia. -- ¿Y las malas noticias? Antes me has dicho que había malas noticias.

-- ¡Ah! Lo del carnicero, a ese no hay por donde cogerle. Es cierto cuando dice que por las tardes se junta con los amigos a jugar a las cartas...

-- Perdona Roky, ¿Qué sería más correcto, decir cogerle o cogerlo?--. Interrumpió el detective.

-- ¿Cómo?

-- No, nada, más cosas mías... Continua.

-- Como te decía, ni bebe en exceso, ni en las partidas se juega el dinero, las drogas las conoce por la televisión y en cuestión de mujeres... nada de nada. Ósea, que está más limpio que las arcas del estado. Toma, mira todas las fotos--. Y de la carpeta, que hacía unas horas había extraído del bolso, sacó numerosas fotografías tomadas con teleobjetivo.

-- ¿Has probado con cebo? Si queremos pescar buenas piezas hay que poner cebo.

-- Mira, esta de aquí es la chica que me trajo Juli el "mierda"--. Le mostró diferentes fotos en las que aparecía una chica junto al individuo que investigaban y al que habían intentado poner una trampa. -- Aquí le esta pidiendo fuego, pero el condenado no fuma. Mira, en esta se le insinúa y se le acerca un poquito, pero ni con esas...

--No me extraña, el carnicero no es tonto y esta tía tiene una pinta de puta que espanta. ¿Cómo no habéis utilizado a "Castita"? Cuando se juega tanto  dinero, se hace sobre seguro, no se puede improvisar. Esta tipa no engaña a nadie, no esta mal, pero rezuma prostíbulo por todos los poros de su piel.

-- Casta no estaba disponible, tenía un trabajo, y como a la señora le corría prisa sacar trapos sucios de su marido... Juli me trajo ésta.

--Está bien, de todas maneras, buen trabajo.

El detective guardó todas las fotos en la carpeta y ésta la metió en la bolsa de la farmacia, donde llevaba todo el arsenal de crece-pelos,   y continuaron caminando agarrados de la cintura. Él dio un apretón a su ayudante como gesto de cariño y ella le besó en la mejilla. Él se detuvo y la miró, ella se abalanzó sobre él, y rodeando su cuerpo con brazos y piernas le dijo: "Hagámoslo en ese portal".      

 

 

 


BRAGAS SUCIAS. Capítulo I . "Sin noticias de silvestre" (Corregido)

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BRAGAS SUCIAS.
Capitulo I. "Sin noticias de Silvestre"

Dicen que en la oficina del insigne detective jamás reinó el orden, por eso dicen que Claudio Briznas solía recibir a sus clientes en la mesa de aquella taberna con aires de principio del siglo XX, que se hallaba en la calle Virgen del Cáñamo nº 69, tan solo a tres números de su portal. 
-- Así que la policía no le hace caso... bien ¿Cuánto tiempo lleva sin tener noticias de su...? -- Preguntó el infalible detective Briznas.
 -- Novio-- contestó Dionisia--, Silvestre Cejudo es mi novio. Dos días, llevo dos días sin tener noticias de él, y es muy raro señor Briznas porque nunca pasa más de tres o cuatro horas sin llamarme, ya sabe, ...es un poco controlador...

Claudio Briznas miró de soslayo y entendió al joven desaparecido. Él también hubiera atado corto semejante bombón. Había que reconocerlo, Dionisia rezumaba una paletería notable y cierta estupidez pero estaba muy buena. Buenísima.

-- Cuarenta y ocho horas son suficientes para considerarlo como una desaparición-- dijo Claudio Briznas--. Dígame ¿Qué es lo último que sabe de Silvestre, le llamó, le vio poco antes de su desaparición?

-- Oiga, señor Briznas-- contestó ella-- ¿Cree que esta bien dicho "le llamó, le vio..." no sería más correcto decir "lo llamó, lo vio..."?

El detective briznas se rascó la barbilla y pensó que se iba a enfrentar a uno de los casos más peliagudos de su carrera.



                                        ***************************

 

Cuando abrió los párpados miles de agujas se clavaron en sus ojos. Cuando los cerró, dos pliegos de lija acariciaron sus pupilas. La cabeza, que le reventaba de dolor, le impedía recordar  y no era capaz de entender nada. No entendía dónde estaba ni que hacía allí, ni cómo había llegado, ni por qué en ese momento tenía cuatro testículos, los de siempre y otros dos más atrás. Cuando lo supo no le hizo ninguna gracia. Sintió un malestar ahí detrás y un sofocante calor pegajoso en la espalda. Un gemido en la oreja y pensó que tenía que despertar de esa pesadilla, abrió los ojos dispuesto a soportar la embestida  de la claridad que se filtraba tras unas rendijas. Lo que no pudo soportar fueron las embestidas que sufría por detrás. Los que tenía agarrados  no eran dos nuevos testículos que le habían salido mientras dormía. Le estaban sodomizando a base de bien. Apretó  la mano con fuerza y un estridente chillido destrozó su tímpano. Se desenvainó a su "partenaire" y de forma súbita destrozó una silla de arpillera que había junto al catre, contra el cuerpo de aquél  que se estaba abriendo un hueco entre sus carnes.

Silvestre Cejudo nunca había sido un hombre que se anduviese con lindezas.

       

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