No
fue por sus huesos doloridos a causa de dormir sobre el pétreo suelo. Ni por
las miradas inquisitivas de los vecinos más madrugadores y sus comentarios de
desaprobación. Ni por la anaranjada luz del amanecer que se filtraba por el
cristal de la puerta del portal. Fue el frío. Un escalofrío le arrancó de
aquella otra vida que tenía en el reino de Morfeo. Se descubrió torpemente
enredado en un montón de ropa a medio
quitar, tumbado sobre el suelo y con su brazo izquierdo aplastado por el cuerpo
semidesnudo de su compañera jarana que aún dormía. Roncaba. Apartó
delicadamente a la bella durmiente y se incorporó. Las imágenes, algunas
todavía oníricas, se le amontonaban como una maraña incomprensible en su
aturdida cabeza. Otro escalofrío. Trató de subirse los calzoncillos y los
pantalones que permanecían a la altura de sus tobillos, pero sorprendentemente,
las órdenes dadas por el cerebro sólo eran respondidas por su brazo derecho. El
otro, no era más que un fardo que movía torpemente y del que había perdido toda
sensibilidad. Estaba dormido por la falta de riego. Y mientras la burbujeante
sensación de recuperar la sangre le llenaba el brazo de pequeños e
insoportables pinchazos, un terrible sentimiento de culpa y vergüenza le agrió
el gesto. Inconscientemente se llevó la mano diestra a la cara y apretó los párpados.
Buscaba no estar allí, despertar otra vez y encontrarse en su cama o en
cualquier otro lugar donde despierta la gente normal.
Entre sus dedos se colaban diapositivas de
ella. Los enfermizos rayos del sol madrugador chocaban contra su cuerpo tiñendo
sus pechos de un naranja pálido y levantando sombras desde sus caderas
desnudas. Tenía sus braguitas junto con su pantalón, liados en una de sus
piernas, la izquierda, a la altura también del tobillo y truncados por la bota
que todavía calzaba. El resto del cuerpo se mostraba desnudo a excepción del
pie derecho, cubierto por un calcetín, y su brazo izquierdo, envuelto con su
arrugada blusa. Sacó la chaqueta de debajo de su cabeza y, extendiéndola, tapó
su cuerpo de cintura para arriba antes de despertarla.
No era la primera vez que se despertaba en un
lugar extraño, impropio, incómodo, sucio... Sucio, así era como se sentía cada
vez que le pasaba algo parecido, avergonzado y sucio. Con los años le costaba
más despreocuparse de sus actos, el sentimiento de culpabilidad se asentaba en
su conciencia y este le producía el más amargo regusto. Recordó aquella noche
en la que, tras filtrar varios litros de combinados espirituosos y consumir más
sustancias prohibidas de las recomendables, un retortijón le sorprendió encima
de un altavoz (de una de las salas a las que posteriormente no pudo volver)
rivalizando con una "gogó" y siendo aclamado por una muchedumbre cruel ávida de
morbo y espectáculos grotescos.
Saltó
de su plataforma y cayó sobre aquella infame turba que, sujetándole en vilo, le
impidió pisar el suelo y le volvió a dejar en el lugar de origen entre gritos y
silbidos. No estaban dispuestos a permitir que el gratuito número de humillación
humana acabara sin que la dignidad del que lo ejecutaba quedase a la altura de
sus tobillos junto con su ropa interior.
Las
tripas se retorcían con una rabia iracunda y el inminente desenlace prometía
ser sonado. Volvió a saltar pero esta vez brincando entre las cabezas de aquel
ganado que pronto le abrió paso entre airadas muestras de inconformidad; no
faltó quien aprovechara el chance para sacudirle un manotazo, golpe o patada.
En otras circunstancias él tampoco
hubiera perdido la oportunidad de manosear o pellizcar algún seno, trasero o entrepierna femenina,
pero en aquella ocasión lo importante era conseguir, a máxima velocidad, entrar
en un cuarto de baño. Con el esfínter contraído y un dolor intestinal
inenarrable sorteó lo mejor que pudo, y su estado le permitía, los incontables
clientes de la barra que se amontonaban en espera de que la maciza de turno les
sirviera su cóctel. Entre empujones, copas derramadas (algunas sobre él) y más
voces desairadas consiguió llegar hasta la interminable cola de los aseos, la
cual, como era de esperar, no respetó. Se introdujo en el servicio de señoras,
abrió la primera cabina que encontró, desalojó a un par de damas que se
empolvaban la nariz con un billete enroscado, cerró fuertemente y se bajó los
pantalones. Se sentó y empujó con su pierna la puerta para contener las
embestidas de las dos furibundas damas a las que había invitado a salir no muy
cortésmente. Por fin relajó el esfínter y toda explicación del placer que
sintió en ese momento está fuera del entendimiento mortal. La sensación llegó a
tal grado de exquisitez que solo podía ser comparable con el grado de
ordinariez del ruido y olor que emanaban de aquella cabina. Pronto se hizo el
silencio y una mueca de complacencia se dibujó en su rostro. Sintió una
descarga total, como si todo su mal se hubiera marchado, y el rápido alivio le
condujo a un estado de distensión total. Con los codos en las rodillas y la
cabeza entre sus manos no tardó mucho en encontrarse con ella. Ella...
Acarició su piel, olió su aroma, oyó su
risa, saboreó su cuerpo y buscó, entre su pelo enredado, su cara. Pero no la
encontró. La había buscado en cada rincón de su universo, al doblar todas las
esquinas, en el fondo de todos los vasos y botellas que apuraba, en todas y
cada una de las mujeres con las que había estado; pero ella nunca aparecía.
Metió las manos por debajo de su salvaje
melena acariciando sus pechos y llegando a la barbilla, se dispuso a abrir sus
cabellos como si de unas cortinas se tratase y una explosión sorda le trajo de nuevo
al mundo de los conscientes. Otra detonación. Voces. Un olor pestilente que
salía de debajo suyo. Unos segundos de desconcierto. Y por fin la luz.
Cegadora. Fría.
Se
descubrió sentado en la taza de aquella cabina. Se había dormido y desde fuera
reclamaban que saliera a la vez que golpeaban la puerta. Instintivamente se
puso de pie, pero aquella vez fueron las piernas las que no le respondieron.
Ignoraba el tiempo que estuvo durmiendo, pero fue el suficiente como para que
la falta de riego dejase, momentáneamente, sus extremidades inferiores muertas.
El último golpazo abrió violentamente la puerta, y en ese mismo instante, él
cayo de bruces sobre la inmundicia viscosa que cubría el pavimento.
Efectivamente el show terminó como su público demandaba, con su ropa interior
en los tobillos, pero la dignidad rebozada de porquería.
Volvió a taparse el rostro, en esta ocasión
con las dos manos, cuando recordó todo lo que vino después. Otra vez quería
huir, borrar esas evocaciones que le atormentaban, esconderse de sí mismo.
Así es como una de las más jóvenes promesas
del cuerpo de la policía nacional había arruinado su promisoria carrera.
El nuevo y mozo inspector no digirió
bien el éxito y pronto, la celebración por los logros conseguidos se convirtió
en una eterna y ruinosa costumbre. Su falta absoluta de madurez y su búsqueda
enfermiza de la felicidad en el puro placer, le habían conducido a una vida
deteriorada y vacua, alejada de lo que habían sido sus anhelos pretéritos.
Condenado a subsistir malempleando su talento en perseguir defraudadores de
empresas de seguros, indagar en las vidas privadas de hombres y mujeres víctimas
de los celos de sus parejas, a tender trampas a maridos ricos con mujeres
ambiciosas...
Reaccionó. Y con el canto de su mano, ya
recuperada, golpeó ligeramente el muslo de Roky.
--"Psshs". Despierta-- dijo casi susurrando.
-- ¡Despierta! -- alzó la voz ligeramente mientras agitaba el hombro de su
compañera. Esta ignoró su llamada.
Se abrochó la camisa y los pantalones. Se
arrodilló a su lado airándole a la cara y dijo: -- Vamos, preciosa. Vámonos
antes de que alguien nos vea --. Ella abrió sus ojos de par en par, como
accionados por un resorte, y en su cara se dibujó un gesto de extrañeza. Los
volvió a cerrar, se los frotó con los puños y al reabrirlos miró a Claudio
ceñuda. Una rápida y contundente bofetada se estrelló en la mejilla de éste.
-- ¡Lo has vuelto a hacer! -- dijo. -- ¿Por qué has dejado que me quedara dormida?...
¡Que vergüenza, por Dios! --. Estaba claro que Roky no podía presumir de tener un
buen despertar.
-- Venga, anda, date prisa -- le contestó el
detective. -- También podría decirte yo lo mismo.
En ese momento la puerta de uno de los dos
pisos bajos se abrió todo lo que la cadenilla de seguridad daba de sí. Una sombra con voz de mujer madura
rompió el relativo silencio.
-- ¡Les parecerá bonito!... ¡Que escándalo,
que vergüenza! Ya he llamado a la policía. ¡Sinvergüenzas!, váyanse a su casa a
hacer guarradas, que esto no es una casa de citas, ¡Guarros!
-- Ya nos vamos señora, pero no grite. No es
necesario despertar a toda la vecindad -- le indicó el avergonzado detective con
un tono amable y suplicante.
-- En este portal vive gente de orden. Aquí
se madruga, ¡desahogado!, que eso es lo que es usted, ¡un desahogado! Y tú,
fresca, tápate las vergüenzas, que esto es una casa de gente honrada...-- fue la
respuesta de la iracunda vecina.
A Roky no pareció afectarle demasiado. Sin
prisa pero sin pausa se vistió y recogió todo lo que quedaba esparcido por el
suelo, con la ayuda de Claudio, que con diligencia se apresuro a acercarle las
prendas. Caminó cojeando. De su mano pendía
la bota que le faltaba por ponerse. Se detuvo justo enfrente de la
puerta de la mujer que les censuraba y se agachó para calzarse. El tono de la
mujer se aceleraba viendo la indiferencia que producían sus reprimendas en la
conducta de la joven, y el modo desafiante con que ésta miraba. Cuando hubo
terminado de abrocharse la bota, la pierna de Roky restalló como un látigo
sobre la puerta, arrancando la cadena de seguridad y desplazando violentamente a
la sorprendida vecina que no vio la que se le venía encima. Cogió a la
susodicha por las solapas de su bata con una mano, mientras con la otra hacía
el gesto de recomponerle los rulos que se habían desprendido por el impacto, y
le dijo, mientras la zarandeaba, con un tono lineal, casi apático:
-- Mire usted, buena mujer. A mi no me llama
fresca ni la madre que me parió. ¿Ha comprendido? -- y la mujer enrulada asintió
--. Lo que ha pasado esta noche en su portal no ha estado bien, no, ni siquiera
cerca de regular. Por eso le pido disculpas. Pero de ahí, a que me grite y me
insulte recién despertada, va un largo trecho. Así que sepa, que la próxima vez que suceda, o nos trae unos
cafés, o se queda en la camita sin meterse donde no la llaman. ¿Le queda claro?--.
Y tras este aviso la soltó y recompuso la bata estirando las arrugas producidas
por el forcejeo y abrochándola bien con el cinturón.
Claudio no sabía donde mirar, y lo único que
hacía era encogerse de hombros y sonreír, como quitándole importancia al
asunto, cuando la pobre mujer le miraba. Ésta quedó enmudecida y sólo atinaba a
asentir con la cabeza y mirar de soslayo al interior de la casa buscando la
presencia de su marido. Cuando la pareja de depravados abandonó el portal un
chillido histérico bramó:
-- ¡HILARIO, HILARIO! ¡ME HA AGREDIDO
-- ¡Eso para que escarmientes, enredadora,
cotilla... te está bien "empleao"!
-- ¡Ay que disgusto, "Virgensanta", que me
he "meao" del susto...!
Una vez en la calle la claridad de aquella
nítida mañana les cegó a ambos. Buscaron
sus gafas de sol, él en el bolsillo de la chaqueta y ella en su bolso, y se las
pusieron. Se miraron durante un segundo. Miraron al cielo. Otearon el horizonte.
Volvieron a mirar al cielo. Permanecieron callados un buen rato hasta que por
fin el insigne detective rompió el silencio.
-- Has estado muy educada. -- No recibió
respuesta. -- Parece que va a hacer buen día...
-- No... -- interrumpió ella.
-- ¿No has estado educada o no crees que
vaya a hacer un buen...?
-- No, no es eso...esto... Te decía que no
me parece bien esto, que esto no se va a repetir... que no.
Seguían evitando cruzar sus miradas. Con
aspecto de trasnochados, mal vestidos y con la ropa completamente arrugada
continuaban parados el uno al lado del otro como una pareja cómica de una mala
película. Interpretaban torpemente el papel que decenas de amaneceres les había
tocado interpretar.
-- Prométeme que no va a volver a pasar--
dijo ella mirando al suelo.
-- Prométetelo tú -- soltó él mirando al
cielo.
Sólo el ajetreo de la ciudad que despierta
quebraba el silencio durante todo aquel intenso momento, hasta que él
sentenció:
-- Sabías que iba a pasar y no hiciste nada
por evitarlo, es más, lo deseabas.
-- No digas tonterías, por favor. Además, el
que lo deseabas eras tú. Te pasaste toda la noche lanzándome miradas... e
indirectas...
-- Ya... ¿a qué hora saliste de tu casa?
-- A las nueve ¿por...?
-- No, por nada... Perdóname, pero ¿por qué
cogiste las gafas de sol si no fue por que pensabas que el amanecer te
sorprendería fuera de tu casa?
-- ¿Eh?... ¿Y tú? No me digas que tú siempre
las llevas cuando sales de noche...
-- No, fui previsor, como lo fuiste tú. Y
si, yo lo deseaba. Lo sabes y te aprovechas de ello... Pero en fin, cambiemos de tema. Deja todo lo
del carnicero y búscame, cuando hayas dormido y descansado en condiciones, más
información sobre la empresa esa... la que te dije ayer...
-- Royal green.
-- Esa. Vamos a volcarnos en la desaparición
del tipo ese. Ya llamo yo a Ataulfo y le explico.
-- Bueno, preciosa, nos vemos-- y al decir
esto dio media vuelta y enfiló calle abajo con apariencia ufana. Caminados
apenas cuatro pasos se volvió.
--
Si, lo deseaba ¿te has enterado? Lo deseaba, ¡porque te deseo y siempre te desearé!
-- gritó --. ¿Le queda claro, señorita?
Una ligera sonrisa de complicidad se dibujó
en la cara de Roky mientras negaba con la cabeza y decía: -- Estás loco, tío,
¡cómo una puta cabra!
El aire de la mañana despejó los fantasmas
que a ambos les había invocado el perturbador despertar.
"Parece que va a hacer un buen día, sí", se
repitió para sí el investigador. Aspiró una gran bocanada de frescor matutino y
enfiló calle abajo con su bolsa de la farmacia bajo el brazo y las manos en los
bolsillos.
Encontrar una persona desaparecida podía no
ser tan rentable como encontrarle, o inventarle, una amante a un adinerado
carnicero, pero sin duda suponía para Claudio un gran reto. Un trabajo digno.
Si la cosa llegaba a mayores, podría incluso salir en televisión; o bueno,
ocupar un titular en un periódico de tirada nacional. "Últimamente la
televisión no es más que una gran casa de putas llena de enanos mentales donde
cualquier gilipollas se hace famoso por su ignorancia, y donde las noticias se
construyen al gusto de la audiencia". Pensó mientras recordaba como ésta trató
el asunto de los "vampiros en vinagre".
Y mientras caminaba decidido, perdido en
sus elucubraciones, comenzó a repasar punto por punto la entrevista con
Dionisia, la novia del joven desaparecido.
-- Esta bien, no tiene relación con los
padres de él, o si la tiene no es muy buena, o no me lo quiere contar porque
cree que no me importa.
-- Oye, yo... Mira...
-- No, no continúe, está bien así. Deme, eso
sí, el teléfono de su familia. Tengo que ponerme en contacto con ellos para
averiguar, si es que decido hacerme cargo del caso, qué es lo que saben ellos,
cuáles son las últimas noticias y... bueno... mis cosas, ya sabe... -- le intentó
interrumpir ella pero no llegó casi a pronunciar una sílaba cuando él
continuó-- No, no se preocupe. No diré
que usted ha estado aquí, no la mencionaré para nada.
-- Gracias. -- Contestó ella bajando la
mirada.
-- Dígame, le dijo cuál era el tema a tratar
en la reunión del jueves con la empresa esa...
-- Royal Green. ¡Y de tú, por favor!
-- ¿Green es verde, no? ¿Verde en inglés?
-- Ah, no sé, dímelo tú.
--Perdón. A lo que íbamos...
-- Sí, a las doce había quedado con esos tipos
para tratar el asunto de la compra de unos terrenos que Silvestre tiene y que
ellos quieren, o querían. Llevan ya mucho tiempo detrás de ese tesoro, las
tierras, y habían quedado para hacerle una oferta, que según ellos, no podría
rechazar.
-- ¿A qué se dedica esta gente?
-- No lo sé, ¿eso importa?
-- Podría ser la clave de todo este lío...
-- ¿Sí?-- preguntó ella arqueando las cejas
con escepticismo.
-- No lo sé, no sé nada, pero cuantos más
datos tengamos mejor ¿no crees? Habría que saber que interés tienen en esas
tierras. Podrían haber retenido a Silvestre para chantajearle, o vete tú a saber...
-- ¿Tú crees?-- Y fingiendo sorpresa clavó
sus grandes ojos en el inspector y sostuvo la mirada hasta que éste apartó la
suya. Ella continuó narrando parte de lo sucedido. -- A las dos menos cuarto
Silvestre me llamó. Habíamos quedado para comer, iba a venir a buscarme, pero
me dijo que se iba a comer con ellos, con los de la empresa.
-- ¿Esa fue la última vez que hablaste con
él?
-- Efectivamente y no.
No entendió el detective la última
afirmación y con la expresión de sus ojos hizo un claro llamamiento a que le
diese una explicación.
-- Digo esto porque esa fue la última que,
efectivamente, hablé con él, pero no la
última vez que le oí. A las ocho de la tarde, más o menos, mosqueada por no
saber nada de él, le llamé. Debía tener problemas de cobertura porque no lo
cogió hasta la tercera vez que lo hice y apenas pude entenderle. Se oía un
terrible ruido y su voz parecía distorsionada, no sé, distinta; me asusté
porque lo único que pude comprender es algo
parecido a "ay Dios". Bueno, antes de eso me contestó llamándome cariño.
Me extrañó porque él nunca me llama así, me suele llamar por el diminutivo:
"cari".
-- ¿Dónde tuvo lugar la reunión? ¿Te comentó
algo al respecto?
-- Creo que fue en unas oficinas, por
-- ¡Vaya! -- gruñó Claudio decepcionado.
-- Pero del que si me acuerdo es del
restaurante en el que comió, o por lo menos donde me dijo que iba a comer.
-- Y es...
-- "Comido por servido" ¿Te suena?
-- "Comidoporsevido, comidoporservido"...
no, no me suena de nada.
-- Pues es uno de los restaurantes más de
moda y elitista de todo Madrid.
-- Pues por eso no me suena... -- dijo el
detective con resignación.
--Tuvieron que invitarle. Silvestre jamás
hubiera ido a un sitio como ese por propia iniciativa.
-- Tal vez pudieron llegar a ese acuerdo tan
ventajoso para él, y viéndose con dinero, decidiera tirar la casa por la
ventana.
-- Pero si Silvestre está "forrao". Ese no
es el problema. El problema es que hay que darle en el codo para que abra el
puño...
-- No comprendo.
-- ¡Pues que detective más simple! Vamos,
que es cofrade de la virgen del puño, ¿me entiendes?
-- ¿De izquierdas?
-- ¡Coño, que es más "agarrao" que un
chotis!
-- Comprendo. -- El detective sonrió al fin
tras haber llevado a su interlocutora
a dejar los eufemismos y hacer
que dijera la palabra en cuestión. Ella se contrarió al ver que al fin el
detective había conseguido coger las riendas de la conversación y decidió
finalizarla.
--Bueno y eso es todo lo que le puedo
decir. Aquí tienes toda la información y mi número. Oye, si no les vas a decir
a sus padres que yo te he contratado, ¿qué les vas decir?
--No te preocupes por eso, es asunto mío.--Recogió
el sobre que permanecía sobre la mesa y echó un vistazo sobre la foto de
Silvestre. Seguidamente contempló a su interlocutora. Rápida pero exhaustiva su
mirada contempló el conjunto y volvió a resultarle demasiado atractivo para el
fulano de la fotografía. Ahora sabía que
era rico, pero aún así...-- ¿Estás realmente preocupada por la integridad de
Silvestre, o hay algo más que me quieras contar?
Fulminó con la mirada al detective y
permaneció callada esperando una excusa de éste, pero tras comprobar lo inútil
de su gesto, inspiró profundamente, sacó un cigarrillo del paquete que guardaba
en su bolso y tras encenderle soltó una gran bocanada de humo que rápidamente
nubló el ambiente. Su cara reflejaba resignación y mientras sus dedos
jugueteaban con el mechero sobre la mesa y sus ojos se perdían en un punto
indeterminado del suelo, con una voz de casi abatimiento, comenzó a recitar el
estribillo de lo que parecía una canción triste que estaba harta de cantar.
-- Si,
aunque no sea muy agraciado, aunque sea un avaro controlador, celoso y machista
y no me respete lo suficiente como para presentarme a su familia como su novia,
le quiero. Aunque estando soltero me trate como a una amante a la que tiene que
esconder, yo le quiero. Y sí, estoy preocupada. Como ya te he dicho no es
normal que pase tanto tiempo sin saber de él, además, su familia ya ha puesto
al corriente de su desaparición a las autoridades de Villa Rancia. La policía
ya estará actuando, pero yo no me fío de lo diligentes que puedan llegar a ser,
por eso he optado por contratar un detective privado, porque imagino que será
más rápido. Pero si tú no quieres el caso....
Seguía dándole vueltas en su cabeza y no
conseguía averiguar dónde estaba el fallo. Aunque las últimas palabras de
Dionisia habían parecido sinceras había algo que no le cuadraba en todo esto.
Su verborrea inicial, que la confería ese toque cateto y barriobajero, distaba
mucho del control que tenía sobre la conversación y la cuidada psicología de
sus gestos. Sin duda era ella lo más atractivo e inquietante de este caso.
Por el horizonte, unas oscuras nubes se
acercaban a la ciudad. Las aceras de Madrid se convertían en un hervidero de
transeúntes y los efectos de una terrible resaca amargaban el gesto de nuestro
detective que se perdía entre la multitud.