BRAGAS
SUCIAS.
Capitulo I. "Sin noticias de Silvestre"
Dicen que en la oficina del insigne detective jamás reinó el orden, por eso
dicen que Claudio Briznas solía recibir a sus clientes en la mesa de aquella
taberna con aires de principio del siglo XX, que se hallaba en la calle Virgen
del Cáñamo nº 69, tan solo a tres números de su portal.
-- Así que la policía no le hace caso... bien ¿Cuánto tiempo lleva sin tener
noticias de su...? -- Preguntó el infalible detective Briznas.
-- Novio-- contestó Dionisia--, Silvestre
Cejudo es mi novio. Dos días, llevo dos días sin tener noticias de él, y es muy
raro señor Briznas porque nunca pasa más de tres o cuatro horas sin llamarme, ya
sabe, ...es un poco controlador...
Claudio
Briznas miró de soslayo y entendió al joven desaparecido. Él también hubiera
atado corto semejante bombón. Había que reconocerlo, Dionisia rezumaba una paletería
notable y cierta estupidez pero estaba muy buena. Buenísima.
--
Cuarenta y ocho horas son suficientes para considerarlo como una desaparición--
dijo Claudio Briznas--. Dígame ¿Qué es lo último que sabe de Silvestre, le llamó,
le vio poco antes de su desaparición?
-- Oiga,
señor Briznas-- contestó ella-- ¿Cree que esta bien dicho "le llamó, le vio..."
no sería más correcto decir "lo llamó, lo vio..."?
El detective
briznas se rascó la barbilla y pensó que se iba a enfrentar a uno de los casos
más peliagudos de su carrera.
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Cuando
abrió los párpados miles de agujas se clavaron en sus ojos. Cuando los cerró,
dos pliegos de lija acariciaron sus pupilas. La cabeza, que le reventaba de
dolor, le impedía recordar y no era
capaz de entender nada. No entendía dónde estaba ni que hacía allí, ni cómo
había llegado, ni por qué en ese momento tenía cuatro testículos, los de
siempre y otros dos más atrás. Cuando lo supo no le hizo ninguna gracia. Sintió
un malestar ahí detrás y un sofocante calor pegajoso en la espalda. Un gemido
en la oreja y pensó que tenía que despertar de esa pesadilla, abrió los ojos
dispuesto a soportar la embestida de la
claridad que se filtraba tras unas rendijas. Lo que no pudo soportar fueron las
embestidas que sufría por detrás. Los que tenía agarrados no eran dos nuevos testículos que le habían
salido mientras dormía. Le estaban sodomizando a base de bien. Apretó la mano con fuerza y un estridente chillido
destrozó su tímpano. Se desenvainó a su "partenaire" y de forma súbita destrozó
una silla de arpillera que había junto al catre, contra el cuerpo de aquél que se estaba abriendo un hueco entre sus
carnes.
Silvestre
Cejudo nunca había sido un hombre que se anduviese con lindezas.
Hola Benja..jajaja, que gracia me ha hecho ver esto...no sabia que tuvieras este espacio!. Voy a pensar un nombre, y tb, esta tarde en un ratito..me empiezo a leer la novela, que aun estoy esperando al borrador ese que me ibas a dejar para que le echara un vistazo!..un besazo