Capitulo
II. Sol de Domingo.
Entre
las brumas del amanecer y la confusión de una ciudad que nunca duerme, su contoneo
al andar y su rítmico taconeo marcaban el tempo de una triste canción de
desencanto.
La
taberna de "Pepe", y el propio Pepe, no eran más que vestigios de un Madrid que
agonizaba entre el dulce hedor de los
centros comerciales, las franquicias y las grandes cadenas de bares. Quedaban
ya pocas casas bajas en el barrio de Aluche y Campamento. Casas encaladas con
tejados de chapa o Uralita, casas entre grandes colmenas de viviendas que, en
su tiempo, fueron el hogar de militares y empleados de televisión.
Sobre la
taberna de Pepe, una gran valla publicitaria que nadie renueva desde hace más
de veinte años y que conserva retazos de un descolorido anuncio de "Galerías Preciados",
bajo ese viejo y oxidado cartel una pequeña casa baja, la única con las paredes
recién encaladas y la única con vida, la
vieja taberna del viejo Pepe...
Si hay
en España un nombre para un bar que se repita en cada pueblo y cada ciudad ese
es "Casa Pepe", nombre capaz de describir al más postinero y lujoso restaurante
y a la más inmunda taberna de barrio, como era el caso de la vieja taberna del
viejo Pepe.
Balanceaba
su cuerpo por la acera, con ese encanto de las mujeres que llevan más de
veinticuatro horas sobre unos tacones y cada paso les supone una sobrehumana
tortura.
Los
amarillentos ojos del viejo Pepe se alegraban, como cada domingo, cuando el frágil
y desgarbado cuerpo de "Castita" pasaba bajo el obsoleto cartel de "Mirinda"
que anunciaba su tugurio. Su macilenta y grisácea faz se transformaba con una
extraña mueca de conformidad mientras se anudaba su mandil a rayas, abandonaba
la luz de la entrada y desaparecía en la penumbra, expulsando el humo del
cigarrillo que mantenía entre los dientes, oyendo alejarse los tacones acera
arriba.
"La
Preferida" es el nombre de ese otro vestigio del pasado que es la churrería de
Epifanio. Un puesto sobre ruedas que lleva la tira de años varado sobre la
acera de esa misma calle y que despierta todas las madrugadas con su característico olor a aceite y chocolate. Y
es hasta "La Preferida" donde los imposibles tacones, que rompen el silencio
del amanecer, conducen el agotado cuerpecillo de Casta Inmaculada.
-- Buenos
días "Castita". ¿Qué? ¿Cómo se ha dado la noche? -- Preguntó Epifanio.
-- ¡De
puta madre! Mira. -- Dijo ella enseñando un fajo de billetes que guardaba en su
pequeño bolso.
--
¡Ostras! Muchacha, sí que se te ha dado bien... así tendrás tú el... -- Y rió
con picardía el churrero. -- Vamos que ganas tendrás de seguir mojando el
churro...-- y continuó siendo él mismo el único que se reía de sus chistes
mientras servía un vaso de chocolate y cortaba dos porras de la rosca recién
sacada de la sartén.
-- ¡Calla
gilipollas! Qué sabrás tú... --. Y mirando con gula y lujuria esa enorme masa
frita con forma fálica mojada en chocolate exclamó: -- ¡Um, estoy hambrienta!
-- Sabía
que se te iba a dar de lujo -- dijo el churrero mientras la frágil Castita
engullía como un pavo la porra y el chocolate le chorreaba por las comisuras de
los labios hasta la barbilla --, leí que el "Opus Dei" celebraba unas jornadas
de encuentro aquí en Madrid. Un montón de reprimidos de toda España sueltos por
la ciudad de la perdición... ¡Jodó! , estaría la casa de campo más transitada
que La puerta del sol, ¿No?
Algo
dijo Casta Inmaculada en ese momento pero era completamente ininteligible, solo
se pudo ver salir despedidos algunos tropezones de su boca y el movimiento
negativo de su cabeza. Cuando tragó por fin, dio explicaciones a su
interlocutor.
-- Que va
hombre, si no me he pasado por la "casa campo" desde el jueves. Y no digas esas
cosas "jodío" rojo ateo, que te va a castigar Dios.
--
Entonces, ¿Cómo te has hecho con tanto dinero? ¿Has estado con algún millonario
desquiciado todo el fin de semana o...? ¡Coño!...¿No habrás vuelto al rollo de
las drogas... no? A ti sí te va castigar
tu Dios como vuelvas a esos andurriales.
-- Que no
imbécil. Te lo juro por él. No he vuelto, que llevo limpia casi tres años. Tú
lo sabes. Me lo han dado por hacer un trabajito... aunque llevas razón, ¿sabes?
Me va a castigar. Creo que lo que he hecho no está ni medio regular.
Movía
sus piernas intentando desplazar el peso de su cuerpo lo más rápidamente de una
a otra para tratar de evitar el dolor y el cansancio.
--
Cariño, pareces cansada. ¿Por qué no te sientas?
-- Porque
llevo una falda demasiado corta.
-- Pero
¿Cuándo ha sido eso para ti un obstáculo?
-- Ya,
pero es que hoy no llevo Bragas.
***************
La luz
que entraba por las rendijas era sin duda luz solar, suficiente para cegar los
vidriosos ojos de Silvestre pero escasa para permitir ver con claridad donde se
encontraba. Palpó recorriendo las paredes y los objetos de aquel cuarto de no
más de tres metros cuadrados. Las paredes espesas de grasa y mugre eran
irregulares, azulejos, cemento, metal... desnudas, sucias. Frente a la ventana,
un camastro donde agonizaba el cuerpo de aquel tipo y por el suelo los trozos
de la silla que acababa de destrozar y paja o algo similar. Siguió palpando y
en la cama, bajo el destrozado yacente, sacos a modo de sabanas y con éstos una
chaqueta. Era su chaqueta. No logró encontrar el resto de su ropa, pero de
momento cubrió su desnudo cuerpo con la chaqueta. Olía nauseabundamente y sus
pies descalzos advirtieron restos de heces y humedades pestilentes entre la
paja del suelo. Se lanzó hacia la ventana para intentar desclavar las maderas
que la tenían sellada pero su cuerpo no respondía, sus fuerzas estaban mermadas
por el cansancio y el malestar, su corazón daba la sensación de no poder
bombear una sangre densa y ácida que quemaba su cuerpo, y sus sesos parecían
licuarse entre una explosión en cadena de punzadas de dolor. Estalló. No pudo
más. Cogió el respaldo de la silla que estaba por el suelo y comenzó a golpear
el ya mal herido cuerpo de aquel hombre que agonizaba hasta que dejó de oír sus
quejidos y su ronca respiración. Se tapó los oídos con las manos y comenzó a
gritar. Se arrodilló sobre el infecto suelo y siguió gritando. Gritó hasta que
no pudo más y cuando cayó exhausto, vomitó. Cuando consiguió levantarse volvió a
vomitar y terminó cayéndose otra vez de bruces sobre su vómito y el resto de
inmundicias.
En aquel
lugar que parecía más una jaula de animales se hizo el silencio. De forma
instintiva Silvestre Cejudo, que permanecía boca abajo, metió una mano en el
bolsillo de su chaqueta, luego se incorporó, sacó la mano del bolsillo y acercó
su contenido a uno de los rayos de luz mientras con la otra se arrascaba su
dolorido trasero. Su cabeza empezaba a procesar lentamente lo ocurrido y un
destello de recuerdo quiso asomarse cuando vio aquello. No sabía por qué pero
aquellas bragas eran la respuesta y los recuerdos volverían poco a poco a su
mente
*********************
Todavía
llevaba puesta la chaqueta y hacía horas que permanecía sentado en la butaca de
su despacho con la mirada perdida en el vacío azul tras el cristal de su
ventana. Como de costumbre, el sol teñía con su sangre anaranjada ese vacío
mientras agonizaba antes tras los sempiternos edificios de enfrente. Fue
entonces cuando, sin perder el gesto y de forma automática, se levantó, y como
hipnotizado, cerró la persiana, encendió
la luz de su mesa y se quitó por fin la chaqueta. Regresó al mundo de los
conscientes e hizo una mirada de desaprobación a las arrugas de la prenda que
intentó hacer desaparecer con unas fuertes sacudidas, como si el concienzudo
fruto de horas mal sentado sobre su butaca fuera a desvanecerse con unos simples
aunque enérgicos golpes propinados con dorso de su mano. Con cuidado puso la chaqueta
en una percha y colgó ésta en una lámina de la persiana sin dejar de sacudirle
los últimos aunque infructuosos golpes. Después se rascó la coronilla, se
dirigió a un espejo que había sobre el mueble bar y mirándose el cuero
cabelludo, que empezaba a clarearse en algunas zonas de su cabeza dijo: "No me
ha dicho toda la verdad. Hay algo que no me ha contado"
Había
escuchado todo lo que la joven Dionisia le había contado respecto a la desaparición de su novio. No
tomó ninguna nota. Él nunca tomaba notas. Tenía una memoria fotográfica.
El
miércoles cenaron juntos en la casita que él tiene en Villa Rancia de las Apariencias.
Se quedó a dormir, pero él, como cada noche que ella duerme allí, antes de la
una de la madrugada se despidió y se fue. Es hijo único y vive con sus padres,
y a éstos no les agrada demasiado que
mantenga relaciones prematrimoniales.
Repasaba
una y otra vez cómo su interlocutora había eludido responder las preguntas
referentes a las relaciones que ella mantenía con la familia de Silvestre, en
fin, con sus padres. Cada vez que intentaba llegar a ese punto, ella corregía
su forma de hablar o hacía comentarios impertinentes sobre su forma de vestir o
aspecto físico.
-- ¿Qué
opinión tienen sus futuros suegros de usted?-- Preguntó Claudio Briznas.
-- No sé
dónde le va a conducir el saber eso. Oiga... ¿No es usted un poco mayorcito
para peinarse así? Se lo digo porque, aunque a mi no me importe su edad, el
pelo largo le afea y le da un aire de..."despreocupado"-- pronunciaron los
labios de Dionisia mientras su gesto era de querer haber dicho guarro--. Es más,
cuando el pelo se empieza a caer y comienza a verse el "cartón", llevarlo largo
queda ridículo. Se lo digo yo que de esto entiendo un rato, que soy estilista.
Porque usted no es feo, ¿eh? Pero nada
feo, pero ese pelo...
Continuaba
mirándose al espejo tratando de colocar su cabello de forma que no clarease el cuero cabelludo.
Parecía tonta pero Dionisia había demostrado una asombrosa habilidad para reconducir
la conversación hacia donde ella quería, sondeando los puntos débiles de su
interlocutor. Bombardeó con sutiles, y no tan sutiles, dardos envenenados su
ego, hasta que fue tocado, evitando así cualquier referencia a los padres de Silvestre.
-- ¿Desde
que no tiene noticias de él se ha puesto en contacto con....
-- Por
favor, tutéeme, que me hace muy vieja que me digan de "usted"
--
Gracias, ¿Te has puesto en contacto con sus padres desde entonces?
--
Perdona, ¿te puedo tutear también? Porque tú no eres tan mayor pero, me vas a
perdonar, de verdad te lo digo con el corazón, ese pelo... mira, en la
peluquería donde trabajo hay un producto que reduce la caída un setenta y cinco
por ciento. Te tienes que pasar, que yo a ti te hago un corte mucho más acorde
con tu edad, que además, y ahí está la gracia, te va a rejuvenecer; y miramos
lo de las ampollas que no son nada caras y sí muy buenas.
Tocado y
hundido.
Se sirvió un sorbito de whisky sobre un vaso donde unos hielos agonizaban en
su propio agua y tras engullirlo de un trago gritó: "Me voy a la farmacia,
¿necesitas algo?
Desde
detrás de una puerta del despacho se oyó la voz de un hombre mayor.
-- No.
¿Te pasa algo?
-- ¿Qué
me va a pasar? Pues que la mayoría de los padres les dejan a sus hijos una
casa, unos ahorros, un coche... ¡yo que sé! Pero tú tenías que dejarme esta
herencia...
-- ¿De
qué estás hablando? -- Dijo la voz que se aproximaba mientras hablaba-- ¿Qué
herencia es esa que te he dejado?
Si el
detective privado Claudio Briznas tenía por costumbre no recibir a sus clientes
en su despacho, no era por que estuviera sucio o desordenado, no, al contrario,
el despacho solía estar impoluto y bastante organizado. El problema era que su
despacho era su vivienda y ésta la compartía con un septuagenario padre, que aunque
bastante lúcido, había decidido, años atrás, en un viaje del "inserso" a Ibiza,
practicar el naturismo; y se paseaba por la casa con el ya arrugado traje que
Dios le dio.
--
¡Padre! ¡Por Dios! Haz el favor de
cubrir tus vergüenzas ¿Qué pasa con el pareo que te compré?
-- Eso es
una mariconada hijo. Pero dime ¿de qué herencia me hablas?
-- De ésta
-- contestó Claudio señalándose la coronilla.
-- No
digas tonterías, si eso lo hubieras heredado de mí, ya hace más de veinte años que
estarías calvo. A tu edad yo ya estaba como ahora, como una bola de billar, lo
que pasa es que lo he sabido disimular siempre muy bien...
-- Claro
que sí," Anasagasti". De todas formas me voy a la farmacia a por algún placebo
que me consuele... adiós. -- Descolgó la arrugada chaqueta y se encaminó a la
puerta.
-- Hasta
luego... bueno, ya que vas, tráeme Juanolas.
El
portazo no fue muy sonoro pero sí más enérgico de lo habitual. La repentina
obsesión por la alopecia no era más que
una excusa para esconder el malestar por no llegar a entender por qué la información que Dionisia le había
dado estaba llena de imprecisiones y era
incompleta. Ella sabía algo que no quería decir pero... ¿Por qué?
Habían
pasado al menos un par de horas cuando sobre una de las mesas del "Flor del
sur" nuestro detective había desparramado todo un recital de las mejores
intenciones farmacéuticas contra la caída del pelo. Cajas abiertas, prospectos
mal doblados y unos cuantos folletos informativos acompañaban a una humeante
taza de té. El Sr. Wolf era sin duda
quien mejor preparaba el té moruno en todos los locales que Claudio solía
frecuentar.
-- ¿Qué
es todo eso, Claudio?
--
Crece-pelo.., escucha Sr. Wolf-- contestó
Briznas mientras no apartaba la mirada de las pequeñas letras de uno de los
prospectos--: "... puede producir somnolencia, estados psicóticos y alucinaciones..."si lo llego a
saber antes, me hubiera ahorrado un
pastón en "flores". Además estas pastillas pueden provocar erecciones
involuntarias, lo que me faltaba.
-- No
tomes esa mierda, todo eso es química y porquería. Lo que está demostrado es
que, contra la caída del pelo, no hay nada como unas buenas friegas con el
primer orín de la mañana.
-- ¡No
"jodas" Sr. Wolf!
-- Como
te lo digo... ¿No me crees?
--
¿...Qué quieres que te diga...?
-- Mira,
tira. -- y le ofreció un manojo de sus rastas para que comprobara su resistencia
y espesor.
--
Déjalo, te creo, te creo...--convino el detective con cierto gesto de repulsión.
--De
todas formas. ¿Cuántos años tienes ya, Briznas?
--
Hombre... puedo pasar por uno de veinte y muchos...
-- ¡Va!
Olvídalo.
El joven
camarero rehusó a seguir con aquella conversación en la que una y otra vez su
interlocutor eludiría decir su edad. Ya le había pasado anteriormente. Claudio
Briznas aparentaba tener un poco más de un cuarto de siglo pero sus ojos eran
los de un hombre vivido, de los que rondan los cuarenta, y por las cosas que
contaba de su vida, así debía ser.
Terminó
el Sr. Wolf de secar los últimos vasos que había extraído del lavavajillas, miró su reloj de pulsera y
corroboró que el de pared funcionaba perfectamente. Clavó su mirada en aquel
hombrecillo que leía el periódico y que llevaba horas soplando aquel café con
leche.
--Lo
siento amigo, pero tenemos que cerrar.
-- Por mí
no hay problema me termino el café y me marcho--. Y continuó leyendo el
periódico como si con él no fuera la cosa.
En la
otra mesa ocupada, la incomoda mirada de nuestro investigador buscaba refugio
entre los minúsculos renglones de un prospecto, queriendo pasar desapercibida,
ajena a la situación.
-- Amigo--
insistió la voz del camarero, que lanzó la palabra sobre su cliente de forma
tan seca y certera que movió ligeramente las hojas del periódico. -- No quisiera
ser grosero, pero no me queda mas remedio que pedirle que se marche, pues tengo
que cerrar. Si lo desea se puede llevar el periódico.
--
Todavía no me he acabado el café, además, no soy el único cliente que queda--
contestó el hombrecillo con un tono ciertamente impertinente.
--El
señor es amigo mío y se queda. Si no se ha tomado el café, es su problema, porque tiempo ha tenido
de sobra... y después de todo lo que le ha soplado no creo que ya queme mucho. Si
quiere se lo pongo en un vaso de plástico y se lo lleva también.
Cuando
terminó de decir esto el Sr. Wolf, sacó de detrás de la barra sus noventa y
tantos kilos y sus ciento noventa y tres centímetros de altura y comenzó a
subir sillas encima de las mesas. Al verse un tanto amenazado por la actitud
del camarero que no le quitaba ojo mientras desarrollaba su labor, el
hombrecillo acabó su café, se puso su chaquetilla y lanzó el periódico sobre la
mesa con cierto desdén-- Su periódico" caballerete" y no espere que le deje
propina. -- Dio media vuelta y enfiló hacía la puerta -- Si los señoritos quieren
quedarse solos, no seré yo quien lo impida--. Mientras decía estas últimas
palabras giró la cabeza para no perder de vista al Sr. Wolf que, con una
sonrisa socarrona y apoyado sobre la última silla que había volteado, miraba
con cierta lástima a aquel pobre personaje. Los años de experiencia tras la
barra dotan al buen camarero de ciertas dotes psicológicas, y por sus ojos se
podía evidenciar que el Sr. Wolf tenía su propio diagnóstico sobre el
comportamiento de aquel individuo.
Cuando
el hombrecillo en cuestión se volvió para mirar hacia adelante, era demasiado
tarde para evitar el choque contra la puerta que se abría en ese momento. Una
morenaza de pelo rizado y un metro setenta y algo de estatura, enfundada en
unos estrechos tejanos y una camisola o blusa holgada con reminiscencias
hippies, empujaba la puerta ajena a la falta de precaución al andar de quien
pretendía salir. El choque fue la guinda de tan chistosa situación.
--
¡Ríanse, no se corten! Ríanse de mí, es lo que todo el mundo hace, reírse del
débil, del torpe, del pobre, del tonto...del bueno--. Y así, después de componerse,
se dispuso a abandonar el local, no sin antes saludar a la causante de su golpe
que, sorprendida, le pedía disculpas.
--Lo
siento caballero, yo... no....
Tranquila
joven. Buenas noches. ¡Ah, lamento tener que informarle que el local está
cerrado!
-- Un
momento caballero--. Tronó la voz del fornido camarero y lo dejó petrificado. --
Está usted invitado a lo que quiera otro día, por las molestias--. Y asintió
mientras hablaba.
-- Muchas
gracias, pero no necesito su compasión--.
-- No
confunda compasión con compensación. Simplemente trato de compensarle por las molestias sufridas, pero le entiendo si
no quiere volver por aquí.
-- Veo
que queda algo de nobleza en esta infame juventud de hoy en día. Se lo
agradezco, es un gesto que le honra. Me lo pensaré. Hasta la vista--. Y, ahora
sí, esta vez, se marchó definitivamente; y mientras su silueta se perdía en la
oscuridad de la noche, las puertas del "Flor del sur" se cerraban al público
aquel domingo.
De
debajo de la caja registradora, el Sr. Wolf sacó una cajita metálica, y del
interior de ésta unas flores secas. El insigne detective Briznas limpió su
vieja pipa con un palillo y mientras vaciaba las cenizas sobre un cenicero
dando unos golpecitos, aquella joven de pelo rizado y negro se acercó a la mesa
que ocupaba él sacando una carpeta del bolso.
--Hola feo. Malas noticias.
Al poco
tiempo un humo aromatizado flotaba en el aire del "Flor del sur", humo que
salía de la pipa de Claudio, la cual no dejaba de pasar de mano en mano; humo
resultante de la combustión de la mezcla de tabaco con aquellas flores de la
cajita del Sr. Wolf.
Los tres
hablaron, los tres rieron y los tres dieron muy buena cuenta de la suculenta
bandeja de canapés y pequeños bocadillos que el gran rastafari blanco había
preparado.
-- Tú
eres el detective, así que ¿cuál es tu deducción? Yo te digo que es un pobre
hombre con problemas matrimoniales. Ha tenido una bronca, se ha marchado de su
casa y se ha refugiado aquí esperando que la hora de volver no llegue nunca pues
teme enfrentarse a su mujer. ¿Qué te parece?--. Expuso el barman, buscando con
sus ojillos enrojecidos las miradas de aprobación de sus contertulios.
-- No
está mal, ¿Qué te parece a ti, Roky?-- Preguntó Claudio a su interlocutora
femenina que, en esos momentos, expelía una gran bocanada de humo que inundaba
el centro de la conversación.
--No sé.
Yo no puedo opinar, me he perdido el
meollo del asunto, pero sí que podría llevar razón Wolf, se le veía un tanto
angustiado... la verdad es que ha sido tan patético, que aunque al principio no
sabía donde mirar para contener la risa, luego he sentido verdadera pena...no
sé.
-- Bueno,
pues ahí va mí diagnóstico: Es evidente que no es un típico hombre de barra,
pues en todo el tiempo que ha estado aquí solo se ha tomado un café con leche y
un donuts. Como hemos podido comprobar, tiene una cierta educación y cultura,
por como ha estado de correcto en el trato y porque ha estado leyendo la prensa
general en vez de el "Marca". Es de derechas, pues pudiendo elegir, ha estado
asintiendo a lo que leía en el "ABC" y "La Gaceta". Es meticuloso a la hora de
vestir. No es elegante, viste como un agente de seguros o inmobiliario, lo que nos hace sospechar que
trabaja en una oficina o es comercial. Su altura no le confiere ninguna
seguridad en si mismo, es bajito y delgado, un pusilánime; por lo tanto no es
comercial. Oficina. Cincuenta y tantos años, de los cuales lleva media vida
trabajando para la misma empresa y no sabe hacer otra cosa. Una vida
completamente ordenada, mujer, hijos, coche, hipoteca. Todo perfecto, dentro de
su estructurada concepción de la vida. Probablemente su mujer le ha puesto los
cuernos, pero eso él no lo sabe y, de momento, no viene al caso.
España
entra en bancarrota y miles de pequeñas y medianas empresas tienen que cerrar o
reducir personal. Contratar empleados de empresas temporales les es más
rentable a algunas empresas que mantener los que ya tiene. Después de tantos
años de su vida sacrificados por la empresa, ésta decide pagárselo poniéndole
de patitas en la calle. Ha debido haber un cambio generacional en la jefatura
de esa empresa, y está siendo despedido por los hijos de sus jefes, que no le
tienen ningún respeto, o está siendo reemplazado por jóvenes "caninos"
dispuestos a trabajar por dos reales. De ahí esa terrible aversión a la gente
joven. Debido a su complejo de inferioridad piensa que todo el mundo se ríe de
él. El trabajo era lo único que mantenía la poca autoestima que le quedaba, así
como su hombría. Sin él, es incapaz de enfrentarse a su mujer de igual a igual,
se hunde, su mundo se desmorona y no sabe cómo decirlo en su casa por miedo a
que le pierdan el respeto sus seres más
queridos.
Ese,
señores, es el drama del pobre hombrecillo del traje marrón--.
Cuando
acabó de exponer su teoría, cogió su pipa, le acercó el mechero y encendió de
nuevo su adormecedor combustible. Tras una ráfaga de cortas caladas
expulsó el humo sobre las complacidas
caras de sus contertulios.
La joven
Roky, asentía reconociendo que la capacidad de observación de Claudio era casi
tan buena, como la de expresarse con gran locuacidad bajo los efectos del
"T.H.C".
--
Aprende "caballerete" --. Le dijo Roky al Sr. Wolf, dándole unos fingidos golpecitos,
con la palma de la mano, a la cabeza que
asentía con complacencia a la
explicación.
-- ¡Por
el amor de Dios, no toques esa cabeza!-- exclamó Claudio.
--
¿....Por que?--. Preguntó sorprendida y torpemente.
-- Se la
unta con "meados".
-- Me doy
friegas, que no es lo mismo -- puntualizó el
Sr. W.
-- ¡Joder!
Lo dijo "Chusmari Alfaro" por televisión hace un porrón de años. Y mira, mira
que pelazo tengo... --.
-- Lo
Creo -- sostuvo la morena. -- Lo creo, no veas qué pelambrera me sale a mí por donde meo... -- .
Se hizo
un silencio repentino, las miradas de Claudio y el Sr. W. se encontraron con un
sorprendido gesto y se giraron al unísono buscando la de Roky, que estaba
escondida en alguna parte del suelo bajo sus pies; ligeramente avergonzada,
parapetada tras sus largas y espesas pestañas.
-- ¡Que barbaridad, Roky! Desde luego, hay que
ver lo fina y sutil que has estado... --
--
¡Caracoles querida! Acabas de romper
toda la magia. Me acabo de desenamorar de ti--. Dijo Claudio de forma flemática
fingiendo un gracioso acento inglés. Sus miradas al fin se encontraron y la
risa brotó de sus gargantas como arroyos constantes y cantarines.
--
Hermosa, donde no tienes pelos es en la lengua--. Logró decir el camarero entre
carcajadas.
-- ¿Quieres creer que me he excitado? Oye, que
ha sido oírte decirte esa vulgaridad y se me han empezado a encoger los calzoncillos--.
Dijo Claudio.
-- No, si
parece que "Lord" Claudio tampoco tiene pelos en la lengua--. Contestó Roky.
-- Porque
tú no quieras, preciosa.
Más
tarde, los tres abandonaban el local. Solían hacer sus reuniones los domingos
por la noche, pues el lunes era el día que el Sr. Wolf descansaba y no tenía
que madrugar. Lo que había empezado por casualidad la noche en que, tras unas
copas, alcanzaron el amanecer en una jovial y distendida charla, se había
convertido en una costumbre, casi en un ritual.
Por aquella época Roky y Claudio eran un poco
más que amigos, se estaban curando el uno a otro de sendas rupturas
traumáticas. Salían, bebían, fumaban y acababan juntos tirados en cualquier
cama o en el asiento trasero de cualquiera de sus coches. Ambos lo negaban,
pero la pasión que les unía era más fuerte que muchos amores. Había pasado
tiempo desde aquello y Roky volvía a salir con su antiguo novio, pero eso no
era obstáculo para que la mano de Claudio apretara fuertemente la cintura de la
joven mientras caminaban por las calles casi desiertas a la madrugada.
-- ¿Has
averiguado algo de lo que te he pedido?--. Preguntó Claudio rompiendo el
silencio de la noche.
-- Apenas
nada, no me ha dado tiempo. Solo lo que se ha publicado en Internet, y es poca
cosa. "Royal Green" es una empresa dedicada a la construcción de campos de golf,
tiene una sede aquí en Madrid, pero es una empresa con su sede central en Nueva
Zelanda.
-- Ya.
Bueno, por lo menos eso si es verdad...
-- ¿El
qué?
-- Nada,
cosas mías--. Claudio estaba pensando en la conversación sostenida con la que
era una nueva cliente, Dionisia. -- ¿Y las malas noticias? Antes me has dicho
que había malas noticias.
-- ¡Ah!
Lo del carnicero, a ese no hay por donde cogerle. Es cierto cuando dice que por
las tardes se junta con los amigos a jugar a las cartas...
--
Perdona Roky, ¿Qué sería más correcto, decir cogerle o cogerlo?--. Interrumpió
el detective.
-- ¿Cómo?
-- No,
nada, más cosas mías... Continua.
-- Como
te decía, ni bebe en exceso, ni en las partidas se juega el dinero, las drogas
las conoce por la televisión y en cuestión de mujeres... nada de nada. Ósea,
que está más limpio que las arcas del estado. Toma, mira todas las fotos--. Y de
la carpeta, que hacía unas horas había extraído del bolso, sacó numerosas
fotografías tomadas con teleobjetivo.
-- ¿Has
probado con cebo? Si queremos pescar buenas piezas hay que poner cebo.
-- Mira,
esta de aquí es la chica que me trajo Juli el "mierda"--. Le mostró diferentes
fotos en las que aparecía una chica junto al individuo que investigaban y al
que habían intentado poner una trampa. -- Aquí le esta pidiendo fuego, pero el
condenado no fuma. Mira, en esta se le insinúa y se le acerca un poquito, pero
ni con esas...
--No me
extraña, el carnicero no es tonto y esta tía tiene una pinta de puta que
espanta. ¿Cómo no habéis utilizado a "Castita"? Cuando se juega tanto dinero, se hace sobre seguro, no se puede
improvisar. Esta tipa no engaña a nadie, no esta mal, pero rezuma prostíbulo
por todos los poros de su piel.
-- Casta
no estaba disponible, tenía un trabajo, y como a la señora le corría prisa
sacar trapos sucios de su marido... Juli me trajo ésta.
--Está
bien, de todas maneras, buen trabajo.
El
detective guardó todas las fotos en la carpeta y ésta la metió en la bolsa de
la farmacia, donde llevaba todo el arsenal de crece-pelos, y continuaron caminando agarrados de la
cintura. Él dio un apretón a su ayudante como gesto de cariño y ella le besó en
la mejilla. Él se detuvo y la miró, ella se abalanzó sobre él, y rodeando su
cuerpo con brazos y piernas le dijo: "Hagámoslo en ese portal".